domingo, 24 de enero de 2021

La sensibilidad carmelita de Juan Pablo II



Poco después de la muerte del papa Juan Pablo II el 2 de abril de 2005, Henri Kissinger declaró a NBC News que sería difícil imaginar a alguien en el siglo XX con un impacto mayor que el sacerdote y obispo polaco que, en la noche de su elección, en 1978, se describió a sí mismo como un hombre llamado a Roma “de un país lejano”.



George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II, escribe que Karol Wojtyła albergaba una sensibilidad carmelitana. Sus intentos juveniles de abrazar la vida monástica en esa familia religiosa no se concretaron, pero su vida espiritual y su entera visión de la condición humana, estaba profundamente marcada por su encuentro, siendo joven, con los escritos de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Ávila. De estos dos místicos aprendió que la verdad central de la existencia se funda en la cruz de Cristo. Los hombres llegan a su plenitud no por la autoafirmación, sino por el don de sí en la obediencia a la voluntad de Dios.  En la Universidad Católica de Lublin, Wojtyła  situaría la “ley del don”, o la ley-del-darse-a-sí-mismo, en las bases de su ética. De igual modo que cada una de nuestras vidas constituye un regalo que se nos concede, así debemos hacer de nuestras vidas un don para los demás. La dimensión carmelitana de Juan Pablo II, tan rica en matices, resultó amplificada por lo que podríamos llamar la dimensión mariana de su vida interior: esa parte profunda de su personalidad formada por la comprensión de sí mismo como hijo espiritual de la Virgen María, bajo cuya protección puso su pontificado. Es bien conocida la devoción polaca a la Virgen María, encarnada en la Madonna negra de Czestochowa. 


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