jueves, 22 de junio de 2023

Se buscan titulares; no interesan los argumentos

Xavier Reyes Matheus, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, escribe que cuando los idearios o programas de gobierno tienen que caber en un tuit, resulta muy difícil, si no imposible, construir un discurso inteligente e inteligible, fundado en argumentos, razonamientos, datos y propuestas. La costumbre de pensar la política como una simple guerra de eslóganes se ha dejado ver meridianamente en las protestas del 15-M, cuya construcción doctrinaria pertenece al género del microrrelato: como pasó con el Mayo francés, el parto mental de sus líderes ha consistido básicamente en una ingeniosa colección de greguerías, capaces de infundir esperanza durante un par de segundos al hipotecado que cae en la cuenta de que “bajo los adoquines está la playa”, o de servir de mantra a la rabia coral que se descuelga con aquello de “mucho chorizo para tan poco pan”. Sin necesidad de otro remedio, ha sido esta falta de contenidos lo que ha deslegitimado la política, más allá de las frases efectistas, queda claro que no hay banderas que seguir. Hace tiempo que los candidatos y dirigentes incorporan sin complejo estas formas, porque el noticiero de la televisión o la radio no les conceden más que un corte de treinta segundos; o porque los redactores de la prensa escrita no están dispuestos para leer o escuchar con atención un discurso entero, del que extraer las frases más relevantes y explicar a los lectores el sentido de la intervención o del debate.

Se buscan titulares; no interesan los argumentos. El análisis y la valoración de los asuntos públicos quedan de cuenta de unos medios de comunicación con trabajadores cada vez peor pagados y menos preparados, movidos por la necesidad de llenar el espacio y de vender la noticia a cualquier precio. Si se tiene además en cuenta que la política democrática es por esencia confrontacional, de modo que cuanto produce encuentra ya los ánimos inclinados al favor y a la animadversión, hay que admitir el valor de espectáculo que abona el trabajo de los corresponsales asignados al ring, siempre encantados de azuzar la pendencia para animar el ambiente.

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