domingo, 4 de junio de 2023

El final del Imperio romano dio paso al nacimiento de Europa

San Agustín mantuvo la existencia mística de dos ciudades, creadas por dos amores. El amor propio, que conlleva el desprecio de Dios, creó la ciudad terrena; y el amor de Dios, que supone el desprecio de sí mismo, la ciudad celestial. Estas dos ciudades no pueden confundirse con el Estado y la Iglesia, sino con las voluntades que se rigen o no por la ley de Dios. Todos los cristianos de todos los tiempos, lugares, culturas y lenguas están unidos por un mismo amor a Dios, por lo que forman un solo pueblo, cuyo territorio místico puede llamarse “Ciudad de Dios”.
Caída el Imperio Romano  por Thomas Cole

El final del Imperio romano dio paso al nacimiento de una nueva época, una nueva etapa de la historia, Europa. Al preguntarse la filósofa María Zambrano por el nacimiento de Europa no podía sino recordar al obispo de Hipona: “Su vida, hecha transparente por las Confesiones, nos ofrece, en su concreción personal, el tránsito del mundo antiguo al mundo moderno. Sus Confesiones, en verdad, nos muestran en estado de diafanidad el doble proceso coincidente de una conversión personal que al propio tiempo es histórica. La Historia misma se confiesa en él. Pues lo que cambia no es tanto el alma de san Agustín, sino el alma del mundo antiguo que se convierte en el nuevo. Es una conversión histórica o, si se prefiere, la salida de una crisis, de la crisis en que el mundo antiguo (filosofía griega y poder romano) muere para pervivir, es cierto, pero en otra forma. El mundo antiguo del que san Agustín sale, no muere en sus esencias más verdaderas; va a formar la nueva cultura que se llama Europa” 

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