jueves, 12 de enero de 2023

Las torres de Colón volaron de madrugada

Francisco Umbral

Francisco Umbral escribe en su libro La década roja:
Las torres de Colón volaron de madrugada. El cielo de Madrid se llenó con los escombros de la noticia. El País lo daba con pulcritud y aseo….. Parecía que en lugar de volar fiscalmente las torres de Colón/Rumasa, las hubieran inaugurado con champán rosa. Éste era el periodismo que le gustaba a Juan Luis Cebrián. La nacionalización de las Torres lo tomamos los españoles por un primer golpe de mano del socialista contra el capital. Si todo iba a ser así de espectacular y de rápido, sólo faltaba la guillotina o el garrote vil en la plaza de la Cebada, como en tiempos de Larra. Fuimos a mirar, pero no había garrote ni guillotina. Lo que había tras esta espectacular voladura no era, realmente, mucho más que un asunto personal. El ministro Miguel Boyer, un economista ortodoxo, de la buena familia de Adam Smith (y de buena familia por su casa), un economista manchesteriano convertido en ministro socialista, había aprovechado la primera oportunidad para disparar a quemarropa sobre el economista y financiero heterodoxo, el hombre del clan familiar y la fortuna entre franquista e improvisada. A Miguel Boyer le irritaba más la heterodoxia y el intrusismo del parvenú Ruiz Mateos que su manera de hacer dinero (luego hemos visto que los grandes y buenos negocios del capitalismo adulto son la especialidad del Robespierre financiero de entonces). El señor Boyer se la tenía jurada a Ruiz Mateos, y más que nacionalizarle como ministro, aceptó ser ministro para nacionalizar al jerezano. Lo que se levanta contra las torres, con la estatalización de Rumasa, es la ortodoxia financiera, la endogamia de los siete grandes, que se la tenían jurada a Ruiz Mateos. Y el hombre/pistón es Miguel Boyer, que hasta entonces había hecho una carrera modesta, cuidadosita, y que estaba buscando la manera de escapar de un hogar mediocre, con una mujer lista y fea, una suegra escritora y un suegro negociante por lo menudo. La voladura de las torres no es sino la ascensión a los cielos de Miguel Boyer, a quien se vio levitar aquella mañana en el cielo purísimo de Madrid, en el azul católico de España. El funcionario de los números entraba en la Historia con una nacionalización prematura y mal hecha, en nombre de un partido que no era para nada el suyo y dejando en la cama, hasta la hora del lechero, a una amante exótica, famosa y puede que un poco mezquina y ambiciosilla, eso nunca se sabe con las orientales, ni casi con las occidentales. Cuando las ruinas de Rumasa cayeron del cielo, donde estaban inmóviles como los cascotes de Dalí, sostenidas por la mirada de todos los españoles, cada pieza volvió a colocarse sola en su sitio, sólo que hubo que gastar mucho dinero y mucho tiempo para dejar las cosas como estaban, o peor. Ese desastre económico, que no era sino una venganza personal, es lo que consagra a Boyer como una de las estrellas de la década de los ochenta. Uno puede quedar lo mismo por un milagro que por una chapuza. Incluso a la gente le gustan más las chapuzas que los milagros. Miguel Boyer salió de la mediocridad gracias al gran error de su vida, y ya nunca volverá a la mediocridad. Un gran error siempre es más rentable que un gran favor a la humanidad. Los favores no se perdonan y los errores heroizan al que los comete.


Boyer, por otra parte, comete el gran error/Rumasa, tratando de hacer socialismo a costa del más tonto, pero la operación se vuelve contra él, por desastrosa. En el momento de euforia nacionalizadora, Boyer le dice a Isabel: —¿Qué flor prefieres del emporio Rumasa? —Loewe. E Isabel se queda con Loewe, aunque el regalo le cuesta dinero y al fin tiene que financiar la reflotación de la famosa tienda.

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