
Cuando el crimen organizado no logra imponer su poder a través del voto, lo hace por la vía más directa, el asesinato. En Ecuador, el candidato presidencial Fernando Villavicencio fue asesinado en plena campaña, tras denunciar los vínculos entre políticos y bandas mafiosas. En México, decenas de candidatos locales (alcaldes, concejales, aspirantes) han sido asesinados en los últimos años. El mensaje es claro, si no te sometes, te eliminamos. Todo esto no son hechos aislados. Son síntomas de un modelo de poder que ya funciona con total impunidad en Venezuela, donde el Estado ha sido absorbido por redes de corrupción, narcotráfico, lavado de dinero y alianzas criminales internacionales. El régimen de Nicolás Maduro no es solo una dictadura: es una corporación del crimen transnacional con fachada ideológica. Desde allí se exporta no solo migración forzada y propaganda, sino también métodos, captura del Estado, cooptación del sistema judicial, financiación opaca, represión selectiva, manipulación electoral y alianzas con mafias locales o extranjeras. Venezuela es hoy el ejemplo más extremo de cómo el crimen organizado puede gobernar directamente, sin intermediarios. El crimen organizado de Hispanoamérica tiene redes en Europa, Estados Unidos, Canadá, moviendo dinero, drogas, armas, personas, escribe Julio Borges Junyent, político y abogado venezolano.Mientras las democracias del mundo miran hacia otro lado, el crimen organizado sigue votando, ganando y gobernando. El crimen organizado no es solo un problema de seguridad, es el mayor desafío político, moral y civilizatorio que enfrenta hoy Hispanoamérica.
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