martes, 12 de marzo de 2024

Una revolución de las expectativas allana el camino para una revolución de los hechos

La clásica teoría conductista sobre los orígenes de la revolución la formuló Alexis de Tocqueville en 1856 al observar que “era precisamente en esas partes de Francia en las que se habían registrado más mejoras donde el descontento popular era mayor. Puede que esto parezca ilógico, pero la historia está llena de paradojas…”. Tocqueville explica que el deterioro de las condiciones no siempre provoca la revolución, sino que más bien las quejas suelen incrementarse una vez que las condiciones han comenzado a mejorar. “El régimen destruido por una revolución es casi siempre mejor que el inmediatamente anterior y la experiencia nos enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno suele ser aquel en el que comienza a reformarse”. El régimen absolutista de Luis XIV provocó mucho menos resentimiento que el reinado moderado, semiliberal de Luis XVI. Es más posible que se registre una revolución una vez que las cosas han comenzado a mejorar que cuando están empeorando. Fundamentales son las revoluciones de las expectativas crecientes y de la acentuación de la conciencia, más importantes que las propias condiciones objetivas. Cuando esas actitudes han calado, una nueva crisis o un retroceso, no necesariamente profundo, puede desatar la revolución. James C. Davies manifiesta que “cuando más posibilidades hay de que se produzca una revolución es en el momento en que, después de un prolongado periodo de desarrollo económico y social, se llega a otro caracterizado por un acusado revés… El desarrollo económico real es menos relevante que la expectativa de que el progreso anterior, ahora bloqueado, pueda y deba continuar en el futuro”. Theodore S. Hamerow: «La privación económica no es más clave para la caída de una autoridad establecida que la represión política… Lo que hace intolerable la situación económica no es el deterioro de las condiciones, sino el incremento de las expectativas”. Hamerow señala que “León Trotski, la mente política más perspicaz alumbrada por los movimientos revolucionarios del siglo XX, reconocía abiertamente la primacía de la percepción sobre la realidad en el declive de la autoridad establecida… En consecuencia, una revolución de las expectativas allana el camino para una revolución de los hechos”. 
Casi todas las interpretaciones de la revolución coinciden en señalar ciertos requisitos previos comunes, como la pérdida del apoyo de las élites, la presencia de una intelectualidad levantisca, la aparición de expectativas radicales, y la existencia de un antiguo régimen débil y dividido que ha perdido su empuje. Es importante que haya grupos revolucionarios muy bien organizados, pero no indispensable. Según la expresión acuñada por Jonathan Israel, el factor realmente crucial es la presencia de “una revolución mental”.
Cuenta Stanley Payne que “a menudo sucede que la revolución que logra derribarlo inicialmente resulta comparativamente fácil y con frecuencia no va acompañada de grandes desórdenes o derramamiento de sangre. A veces tampoco es fruto de grandes esfuerzos por parte de los revolucionarios, pero la caída del antiguo régimen solo es el comienzo del proceso revolucionario, que suele conducir a una mayor radicalización y a crecientes derramamientos de sangre, que a menudo forman parte de guerras civiles y, en ocasiones, también de grandes conflagraciones internacionales. Es frecuente que la revolución no solo suscite oposición, sino, en algunos casos, la aparición de un movimiento contrarrevolucionario opuesto que puede ser casi tan radical como el revolucionario”.

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