En diez años los estudiantes chinos se han multiplicado por doce en las universidades españolas, el cuarto colectivo extracomunitario solo por detrás de estadounidenses, mexicanos y colombianos.Es un hecho que quienes viajan hoy a España desde China disponen de un poder adquisitivo medio o alto y un estilo de vida urbano. La mayoría vienen a gastar dinero, aprender nuestra cultura o mejorar la competitividad de grandes empresas que, como Telefónica, contratan ejecutivos asiáticos para reforzar su proyección internacional. Es previsible que el desembarco de ejecutivos, hombres de negocios, estudiantes y turistas siga aumentando en los próximos años al mismo ritmo que China crece y se abre al mundo.
En el primer trimestre de 2012, el gigante asiático ya había entrado en la lista de los doce países que más compran a España, por delante de todos los latinoamericanos y duplicando a naciones de la potencia consumidora de Japón. Aunque la balanza comercial sigue siendo muy desequilibrada a favor de China, desde 2008 las importaciones y las exportaciones evolucionan lentamente hacia la convergencia. Multinacionales como Huawei o Haier han puesto la península ibérica en el mapa. La primera de ellas es una de las mayores compañías de telecomunicación del planeta. Desembarcó en España en 2001 y diez años después mantenía una plantilla de seiscientos trabajadores, de los cuales más del 60 por ciento eran españoles. Haier, por su parte, es líder mundial en producción de electrodomésticos.
Se calcula que China posee alrededor del 8,5 por ciento de la deuda española en manos extranjeras. Al tiempo que se buscan activamente y se promueven constantemente, los lazos económicos y políticos con China siguen despertando recelos en toda Europa y generan muchas dudas. La compra de deuda soberana europea, por ejemplo, se presenta a menudo como una forma de secuestrar la voluntad y el compromiso democrático de los países agraciados por la generosidad de la potencia asiática. A cambio de su dinero, China obtiene mayor capacidad de influencia y cierto margen para lavar su imagen de feroz dictadura. Pekín puede exigir, y lo hace a menudo, que bajen de tono las críticas internacionales por la situación del Tíbet, que los líderes occidentales traten como un apestado al Dalai Lama, o que se ningunee a los disidentes políticos encarcelados.
El miedo es que la fábrica del mundo se apropie de la tecnología y se lleve después la producción a su territorio, dejando a Occidente sin ninguna ventaja competitiva.Plantean si es conveniente permitir que los conglomerados estatales chinos entren en sectores estratégicos europeos, como el puerto griego de Pireo o como la red eléctrica española, donde Moncloa habría bloqueado en verano de 2012 una inversión de mil doscientos millones de euros.
Referencia:¿Adónde van los chinos cuando mueren? de Ángel Villarino
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