jueves, 28 de marzo de 2024

El hombre que sufre ya no es el hombre, sino el mismo Dios, Jesús.

¿Qué es, pues, el hombre para la antropología cristiana medieval? La criatura de Dios. La naturaleza, la historia, el destino del hombre se conocen en primer lugar por el libro del Génesis, el primero del Antiguo Testamento. El sexto día de la creación Dios hizo al hombre y le confirió explícitamente el dominio sobre la naturaleza, la flora y la fauna que le proporcionarían su alimento. El hombre medieval tiene la vocación de ser señor de una naturaleza desconsagrada, de la tierra y de los animales. Pero Adán, instigado por Eva, seducida a su vez por la serpiente, esto es, por el mal, cometió el pecado. Dos seres habitan ya en él, el que fue hecho a imagen y semejanza de Dios y el que, habiendo cometido el pecado original, fue expulsado del Paraíso Terrenal y condenado al sufrimiento (que se concreta en el trabajo manual para el hombre y en los dolores del parto para la mujer), a la vergüenza ( por el tabú de la desnudez de los órganos sexuales), y a la muerte.

En la Alta Edad Media, Job es sin duda el modelo bíblico en el que la imagen del hombre está mejor encamada. La fascinación del personaje del Antiguo Testamento fue tanto mayor por cuanto el comentario al Libro de Job, los Moralia in Job del papa Gregorio Magno (590-604), fue uno de los libros más leídos por los clérigos. Job es el hombre que debe aceptar la voluntad de Dios sin buscar otra justificación aparte del arbitrio divino. Es menos pecador que cualquier otro hombre, “era un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (Job, 1,1). Durante mucho tiempo, anonadado por las pruebas que le envía Dios, no comprende y constata que el hombre “consume sus días sin esperanza”, y que su vida es solo “viento”. Finalmente renuncia a cualquier reivindicación.“¿Cómo, pues, puede justificarse el hombre ante El? ¿Cómo puede ser puro el nacido de mujer? La luna misma no brilla, ni son bastante puras las estrellas a sus ojos. ¡Cuánto menos el hombre, un gusano; el hijo del hombre, un gusanillo!” (Job, 25, 4-6). La iconografía medieval, tan reveladora como formadora en el campo de lo imaginario, no conoce la historia de Job, en general, más que los episodios de su humillación ante Dios, y la imagen preferida es la de Job roído por las úlceras en su estercolero. La pintura medieval hace de Job ese desecho de hombre que es un leproso.

El hombre que sufre ya no es el hombre, sino el mismo Dios, Jesús. Y la imagen que sobresale en el siglo XV es la de Jesús con el manto de púrpura y la corona de espinas del escarnio, como Pilatos lo muestra a la multitud, diciendo, según el Evangelio de San Juan Ecce homo,“ahí tenéis al hombre”. Este hombre de un momento excepcional de la historia humana es ya la figura simbólica del hombre que sufre, del hombre humillado, pero divino. Y el gran misterio de la historia que durante todo el Medievo los teólogos se han esforzado en explicar es por qué Dios aceptó, decidió hacerse hombre y humillarse en Cristo. Aceptar o rechazar la gracia que lo salvaría, ceder o resistir al pecado que lo condenaría, eso es lo que concierne al hombre que obra según su libre albedrío.
Referencia: El hombre medieval  de Jacques Le Goff




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