martes, 28 de octubre de 2025

El sentido en la vida


La vida le situó a Viktor E. Frankl (1905-1997), que fue profesor en la Universidad de Viena, delante de la gran interrogación y del gran vacío de sentido que supusieron los campos de concentración en la Alemania nazi. De algún modo, aquella circunstancia vital extrema se convirtió en una no pedida validación de sus teorías. “Puede decirse que así fue. Los que tuvieron las mayores posibilidades de supervivencia fueron justamente aquellos que se proyectaban hacia el futuro, hacia un deber concreto en el futuro, para ser precisos …. Una persona que se proyecta hacia un sentido, que ha adoptado un compromiso por él, que lo percibe desde una posición de responsabilidad, tendrá una posibilidad de supervivencia incomparablemente mayor en situaciones límite que la del resto”. Hablando de responsabilidad y voluntad de futuro, “me gustaría decir que esto se puede extender sin reparos en el conjunto de la humanidad. Se dice que la humanidad no sobrevivirá nunca a estas décadas tan difíciles; pues bien, solo podrá hacerlo si, antes o después, se pone de acuerdo a través de una voluntad por un sentido compartido. Si se trata o no de obligaciones ecológicas u obligaciones con las que se enfrenta la ONU, esto ya es otra cuestión”.  
Viktor Frankl no sabe donde queda el sentido en cada caso, pero sabe dónde queda para todos los casos, fuera de uno, lejos de sí. A ese movimiento de salida de uno mismo le da mucha importancia. Lo llama autotrascendencia, es una versión del siempre higiénico autodistanciamiento y una característica esencial de lo propiamente humano. “Un animal no se pregunta cuál es el sentido de su existencia”, señala expresivamente Viktor Frankl. Y siguiendo con la expresividad, “la autotrascendencia son nuestros ojos. Es decir, la capacidad de mi ojo de cumplir con su función, que es la de percibir ópticamente el mundo exterior, depende de la incapacidad de percibirse a sí mismo. Mi ojo estará enfermo en el momento en que note o vea algo de sí mismo. Si ve nubes, serán cataratas. Uno ojo sano no se ve a sí mismo. Lo mismo ocurre con el hecho de ser hombre”. Así se entiende bien su peculiar definición de logoterapeuta como “oculista”, es el que amplía el campo de visión de quien a él se acerca, el que lo saca de sí mismo y le señala, por ahí o por allá, pero siempre fuera. “Un empresario que se da cuenta de que ganar dinero no le importa tanto como se imaginaba. O bien otra persona que se da cuenta de que su papel de playboy no le interesa nada. O bien otro que se da cuenta de que ir a la discoteca no es nada interesante, que detrás de toda esa búsqueda de placer y de delirio por el trabajo hay un vacío interior, una búsqueda de sentido frustrada. Por tanto, tiende la mano a un sentido, a un compañero o compañera al que poder amar y al que nos utiliza solo como herramienta sexual o como medio para conseguir la abreacción y descargar así sus necesidades y pulsiones sexuales. Y es consciente de que le aguardan una serie de obligaciones, de que debe ponerse al servicio de algo en lo que él pueda servir de verdad. Y en el servicio a ese algo podrá realizarse”.

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