viernes, 24 de octubre de 2025

No se puede pretender gobernar a los demás sin saber gobernarse a uno mismo


No se puede pretender gobernar a los demás sin saber gobernarse a uno mismo. Y el tirano es, en primer lugar, quien no sabe resistirse a la tiranía de sus propios instintos. Y es aquí donde se utiliza a la abeja. Naturalmente virtuosa, se convierte en una es
pecie de espejo del espejo del príncipe, es decir, un modelo que le haga comprender cómo (debe) gobernar sin violencia y suscitar (¡culminación del arte de la política!) la obediencia voluntaria.
Escuchemos a Séneca: He aquí lo que sobre todo le distingue al rey: las abejas son muy irascibles y, teniendo en cuenta su pequeñez, muy ardientes en los combates. Siempre dejan su aguijón en la herida; el rey, por el contrario, no tiene aguijón. La naturaleza no ha querido que fuese cruel, ni que ejerciese una venganza que le costase demasiado cara. Por ello le ha negado un aguijón y ha dejado su cólera desarmada. El aguijón del rey de las abejas suscitó un amplio debate durante toda la Antigüedad, asociado a una reflexión sobre lo que distingue a la autoridad del poder coercitivo. Hoy sabemos que el rey es una reina y que también posee aguijón, pero que no lo utiliza más que para atacar a las demás reinas surgidas de la crianza de la colmena. Estos combates singulares entre pretendientes al trono ya habían sido observados y eran para los antiguos una señal suplementaria de la sabiduría política de las colmenas ¿Acaso no era este, decían, el medio más simple y económico de evitar los estragos de una guerra civil? Por supuesto, Virgilio y Columela consideran que esto es posible en la colmena, pero todos están de acuerdo en reconocer que la pluralidad de reyes solo es temporal, pues, en los animales como en los humanos, el imperio no soporta la división. Al menos en la colmena, el que decide quién es el jefe es incuestionable, pues es la naturaleza…, o Dios. El patrón de los apicultores, san Ambrosio (340-397), volverá sobre este punto para demostrar la superioridad ejemplar de la monarquía de las abejas. En los humanos, escribe en su Hexameron, que retoma de Basilio de Cesarea, hay tres métodos para designar al jefe de una ciudad: el sorteo (en democracia), la elección (en aristocracia) y la herencia (en monarquía). Por el contrario, la vida de la colmena demuestra que ninguno de estos métodos es satisfactorio. Veamos por qué; el rey-abeja, escribe Ambrosio, no es elegido por sorteo, pues en este hay azar, no discernimiento, y con frecuencia, por los caprichos de la suerte, es el último de todos quien tiene la preferencia; no es designado por las vulgares aclamaciones de una multitud sin experiencia, que no sopesa los méritos de la virtud, ni busca las ventajas del interés general, sino que oscila en la inconstancia de la versatilidad; no ocupa el trono real por un privilegio de sucesión o de nacimiento, si es cierto que, ignorante de los asuntos públicos, el beneficiario no podrá ser previsor ni organizado.

Referencia: El filósofo y la abeja (Pierre Henri Tavoillot;François Tavoillot)

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