La estructura cerebral le permite al hombre algo sui generis; ponerse fines óptimos y consagrar sus pasiones al servicio de esos fines. Quien recorre ese camino aprende a resistir no sólo a las grandes tiranías, como la de Hitler, sino también a la "pequeña tiranía", a la solapada, a la burocratización y alienación que ocurre en la vida cotidiana. Hoy esta resistencia es más difícil que nunca, pues esta pequeña tiranía la produce toda la estructura social en la que el hombre se está convirtiendo cada vez más en un número, en una rueda, en una pequeña comparsa dentro de una estructura burocrática, en la que el hombre no tiene que enfrentar ninguna decisión ni asumir ninguna responsabilidad, y en general sólo hace lo que le prescribe la maquinaria burocrática, y cada vez piensa menos por sí mismo, siente menos por sí mismo, estructura menos por sí mismo. Todo lo que le preocupa surge de su egoísmo y responde a la pregunta de ¿cómo puedo progresar? ¿Cómo puedo ganar más? o ¿cómo puedo estar en mejores condiciones físicas? Pero no ¿qué es bueno para mí como hombre? ¿Qué es bueno para nosotros como polis? Esto fue por cierto entre los griegos y en la tradición clásica el objeto principal del pensamiento, del pensamiento no como instrumento de un mayor dominio de la Naturaleza, sino en primer lugar como instrumento para encontrar la respuesta a esta pregunta, ¿cuál es el mejor camino hacia la vida? ¿Quién promueve el desarrollo, el crecimiento del hombre?, escribe Erich Fromm, psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista.
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