jueves, 16 de octubre de 2025

Las primeras civilizaciones estatales

En 1978, el antropólogo holandés Henri Claessen y el checoslovaco Peter Skalnik, publicaron bajo el título de The early State (El Estado inicial o El Estado temprano) un estudio comparativo sobre el origen de veintiún estados repartidos por todo el planeta. Su conclusión fue que muy pocos rasgos aparecían en todos los casos; en realidad, sólo dos. La existencia de un excedente suficiente para mantener a un nutrido grupo de personas liberadas de la producción directa de alimentos y la presencia de una ideología justificativa del poder que adoptaba un carácter religioso. Otros dos eran sumamente frecuentes, el aumento de la desigualdad y la intensificación de la violencia.
Las primeras civilizaciones estatales impulsaron avances técnicos y económicos de gran importancia. Los habitantes de Mesopotamia inventaron la rueda, el arado, la navegación a vela y el torno de alfarero; descubrieron la multiplicación y la división, así como el sistema sexagesimal. A ellos debemos el primer código legal y los primeros contratos comerciales, así como el cheque, la letra de cambio y el pagaré, herramientas que con el tiempo habrían de resultar indispensables para el desarrollo de los intercambios a gran escala. Los egipcios realizaron decisivas aportaciones en disciplinas como la agrimensura, la arquitectura, la medicina y la cirugía.
En los imperios antiguos los hombres vivían poco, no más de treinta o, en el mejor de los casos, cuarenta años, y su salud, a tenor del estado de los cadáveres que han llegado hasta nosotros, debía de ser incluso peor que la de sus antepasados cazadores y recolectores, quizá por la escasa variedad de los alimentos que ingerían y las largas jornadas de duro trabajo que habían de soportar. El pan, sobre todo de trigo, era con mucho el principal alimento al este del Atlántico, como el de maíz lo era al oeste. La carne, por el contrario, no se consumía de manera habitual, a pesar de la existencia de animales domésticos, aunque sí las frutas y hortalizas, que se cultivaban en huertos familiares. El vino, de uva o arroz, y la cerveza, elaborada a partir de la cebada, debían de ser las bebidas más frecuentes, con predominio del uno o la otra según las zonas, si bien sabemos de la existencia en la cultura del Indo de diversas bebidas espirituosas, como el soma, elaborado a partir de una planta de origen iranio que aún desconocemos y reservada para los sacrificios rituales, o la sûra, que consumía habitualmente el pueblo a pesar de las prohibiciones que pesaron ocasionalmente sobre su ingesta. La condición de la mayoría de las gentes era, sin duda, muy poco afortunada. Sometidos a un estado de servidumbre colectiva, los campesinos del Creciente Fértil, al igual que sus iguales en China, venían obligados a trabajar para su soberano, que requería mano de obra en abundancia.
La condición social de los esclavos, sin embargo, debía de ser mejor en general de la que luego tendrían entre griegos y romanos, pues, como se deduce del llamado Código de Hammurabi, un texto legal babilónico del siglo XVIII a. C., la ley reconocía su personalidad jurídica, e incluso les concedía el derecho a poseer bienes y a comprar su propia libertad, como sabemos que ocurría también por entonces en la India. Existían, es cierto, en todas partes esclavos en el sentido habitual del término, que la norma equiparaba a simples herramientas parlantes, pero eran poco numerosos, pues sólo nutrían sus filas los deportados y los prisioneros de guerra.
En Mesopotamia a la mujer no le estaba vedado por ley el acceso a ninguna profesión, conservaba el control de sus bienes y no podía ser repudiada sin más, sino que se exigía al marido que argumentara su solicitud de divorcio ante los tribunales. No muy distinto era el caso de Egipto, donde incluso debía ser mantenida por su ex marido en caso de ruptura del vínculo matrimonial.

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