Uno de los supuestos tácitos (pero ciertamente cruciales) que subyacen a la confianza en la eficacia de la democracia parlamentaria es que lo que los ciudadanos deciden en las elecciones es quiénes gobernarán el país durante los años siguientes y qué políticas serán las que el Gobierno elegido intentará aplicar. El reciente colapso de la economía basada en el crédito ha puesto de relieve la quiebra de ese sistema de un modo espectacular. Tal como John Gray (uno de los más perspicaces analistas de las raíces de la actual inestabilidad mundial) apunta en el prefacio de la nueva edición (2009) de su libro Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global al preguntarse por qué el reciente descalabro económico no ha servido para incrementar la cooperación internacional, sino, muy al contrario, para liberar una serie de presiones centrífugas, “los Gobiernos son una víctima más de la crisis y, con la lógica que aplica cada uno de ellos para proteger a sus respectivas ciudadanías, están generando una mayor inseguridad para todos”. Y ello se debe a que “las peores amenazas a las que se enfrenta la humanidad son de naturaleza global”, pero “no hay en perspectiva ningún sistema de gobierno global efectivo capaz de hacerles frente”….
A los Gobiernos nacionales no les queda hoy otro recurso que rezar para que, antes del anuncio de la fecha de las siguientes elecciones, su leal y obediente servicio a esas fuerzas con las que les une un “vínculo secundario” sea recompensado con un cúmulo creciente de inversiones y de contratos comerciales, y por lo tanto, también (y sobre todo) con ese factor de “sensación de que el país va bien”, que es, según la opinión común, el principal consejero del electorado en las urnas. Que conste, de todos modos, que cada vez son más claras las señales que se perciben sobre el terreno de que esa clase de cálculos ya no funciona como se esperaba. No sólo los políticos electos no están pudiendo cumplir sus promesas; tampoco las fuerzas con las que les une ese “vínculo secundario” (las bolsas, los capitales itinerantes, los banqueros de capital riesgo y otras por el estilo, englobadas bajo la denominación sumaria de inversores internacionales en el actual vocabulario de lo políticamente correcto) cumplen con las expectativas de los políticos. No hay nada, pues, ni siquiera un atisbo de luz al final del túnel, con lo que compensar la frustración del electorado y apaciguar su ira, manifiesta Zygmunt Bauman en su libro Estado de crisis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario