Cuenta el historiador español Justo Beramendi que el impacto sobre Galicia de la invasión iniciada en 711 fue mínimo. Tropas musulmanas llegaron hasta Lugo en 714 pero se retiraron muy pronto, quizá porque el clima y la pobreza relativa de esas tierras les restaban atractivo. En el reparto que hicieron los invasores, a una parte de los bereberes les tocó la zona comprendida entre Miño y Duero. No aguantaron allí más de cuatro décadas. A mediados del siglo VIII, descontentos con aquella asignación, se sublevaron y la abandonaron. A partir de ese momento el país no volvió a conocer presencia estable musulmana, por lo que la incidencia directa de la cultura islámica en Galicia fue nula. Galicia se vio bastante libre de la amenaza musulmana hasta que en 997 Almanzor realizó su famosa incursión y saqueó Compostela para asestar un golpe moral al infiel, profanando lo que ya era uno de los grandes lugares sagrados de la cristiandad occidental. En todo caso, los efectos devastadores de estas campañas no fueron tan grandes ni provocaron cambios significativos de ningún tipo.
Los vikingos arribaron por primera vez a las costas gallegas en 844 y 858. Y continuaron visitándolas intermitentemente durante más de dos siglos. En 960 el obispo Sisnando II tuvo que fortificar Santiago para prevenir mejor sus ataques y por cierto murió en uno de ellos. Todavía en 1071 destruyeron Tui y capturaron al obispo. Sin embargo, tampoco provocaron cambios de relieve, ni intentaron un asentamiento permanente.
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