Se ha acusado en diversas ocasiones al Gobierno de usar mercenarios en lugar de soldados en las misiones de Afganistán. Bueno, escribe Jorge Valín, un mercenario en realidad puede llegar a ser un 30 por ciento más barato que un soldado español. Con la ventaja que no hay que formarlos, llevan mejor equipamiento, armas, vehículos, blindaje personal, tienen más experiencia y en muchas ocasiones conocen mejor el terreno.
Fíjese, dice Valín, cómo ha evolucionado la indumentaria de la policía. Cada vez se parecen más a soldados que a policías. Hace treinta años solo llevaban el traje oficial y una porra. Hoy día parecen el Juez Dredd. Vestir a un policía cuesta más de 1.000 euros. Más exagerado es el caso de los antidisturbios que son a los que mejor han provisto. ¿Necesitamos este estado policial para nuestra seguridad? Si la policía cada vez se parece más a un soldado, es que al final será un cuerpo con funciones militares sobre el ciudadano. Y aunque ahora pueda parecer desmesurado, tendríamos que reflexionar sobre la contundente afirmación de los periodistas Rizer y Hartman cuando alertaban de esta cuestión: diciendo que “cuando los agentes de policía visten como soldados, van armados como soldados, y se entrenan como soldados, no es sorprendente que se comporten como soldados. Y recuerde, el objetivo principal de un soldado es matar al enemigo”. Y es que el nacimiento de la policía nunca tuvo como finalidad proteger al ciudadano, sino controlarlo. El activista Michael Gilson de Lemos escribió un ensayo, The Crime that Created Police, donde explica que la policía, tal y como la entendemos ahora, fue creada como reacción al crecimiento de la seguridad privada. Fue una fuerza de choque para frenarla sacándole competencias y así tener a la población controlada.
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