Para Franz Kafka “sólo se puede desechar lo que realmente se posee. Por eso el suicidio puede considerarse un egoísmo llevado al absurdo. Un egoísmo que se atribuye el derecho al poder de Dios; aunque en realidad no puede tratarse de ningún poder, ya que, en rigor, no se dispone de fuerza alguna. El suicida sólo se mata por impotencia. No puede hacer nada más. Con eso ya lo ha perdido todo. Entonces decide quitarse lo último que todavía le queda. Sin embargo, para eso no hace falta tener fuerza. Basta con la desesperación, con la renuncia a toda esperanza. No es ningún riesgo. Sólo hay osadía en la perduración, en la entrega a la vida, en ese deslizarse día a día con aparente despreocupación.”
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