Zygmunt Bauman |
Cuenta el filósofo Zygmunt Bauman que la idea de un mundo monocéntrico, gobernado por un solo y único Dios, el omnipotente y omnipresente creador de las estrellas, las montañas y los mares, juez y salvador de la Tierra entera y de la humanidad entera….no podría haberse planteado en otro lugar; en particular, no se les habría ocurrido a los atenienses, que habitaban un mundo repleto de deidades mayores o menores de naciones mayores o menores; aunque tampoco se les habría ocurrido a los antiguos hebreos, los del “dios tribal”, al menos mientras su dios, en gran medida como los de los griegos, compartiera la Tierra (o siquiera su minúsculo hogar, Canaán) con incontables dioses de tribus hostiles. Sin embargo, los hebreos no habrían planteado esa pregunta aun cuando su dios hubiera reivindicado para sí el dominio planetario, puesto que el Libro de Job preconcibió la respuesta antes de que la pregunta pudiera ser articulada de lleno y comenzara a inquietarlos seriamente. La respuesta, cabe recordar, no podía ser más simple: El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor! Tamaña respuesta no llamaba al cuestionamiento ni al debate, sino a la obediencia resignada; no necesitaba de un comentario erudito ni de profusas notas al pie para sonar convincente. Sin embargo, la pregunta que preñaba a la idea de un solo y único Dios no podía sino surgir una vez que Jesús declarara que el Dios omnipotente era además un Dios del Amor y cuando su discípulo san Pablo llevara la Buena Nueva a Atenas. Un lugar donde se esperaba que las preguntas, una vez planteadas, fueran respondidas, y a tono con las leyes de la lógica. El hecho de que la respuesta no estuviera al alcance de la mano pone en evidencia el recibimiento bastante poco acogedor que tuvo san Pablo entre los atenienses.
En abierta oposición a la Naturaleza muda e insensible que Él gobierna, encarna y personifica, Dios habla y da órdenes. También se fija si se han obedecido sus órdenes, recompensa al obediente y castiga al indócil. No es indiferente a lo que piensan y hacen las débiles criaturas humanas. Sin embargo, como a la muda e insensible naturaleza, lo que los seres humanos piensen y hagan no lo compromete. Puede hacer excepciones, y las leyes de la coherencia y la universalidad no están exentas de ejercitar esa prerrogativa Divina (milagro significa, en última instancia, la violación de una regla y una desviación de la coherencia y la universalidad). En efecto, el cumplimiento incondicional de una norma es por definición irreconciliable con la verdadera soberanía, con el poder absoluto de decidir. Para ser absoluto, el poder debe incluir el derecho y la capacidad de incumplir, suspender o abolir la norma, es decir, realizar actos que en el extremo receptor repercuten como milagros.
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