Cada vez que las masas han tratado de hacerse valer para practicar la forma más pura de democracia, oponiéndose a la injusticia, a la corrupción o a la ineficacia gubernamental, ha emergido inmediata e ineludiblemente algún líder, manifiesta Carlo Bordoni. Demagogos, campeones, caudillos de las multitudes… todos estaban dispuestos a auparse sobre la protesta, a dirigirla y a obtener un poder casi absoluto de ella. El líder carismático que incita a la multitud, y del que la historia no se cansa de producir nuevos ejemplos, es peor que el representante electo. La renuncia a la democracia representativa significaría realmente el fin del mundo que conocemos. Más que un retorno a lo básico, supondría un salto de fe cuyas consecuencias no estamos en disposición de predecir.
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