El imperialismo de la Europa del siglo XVIII tuvo algunas características abominables. Fue cruel, cínico y voraz. Unía el egoísmo a la insensibilidad para los sufrimientos de otros pueblos, repugnada no sólo por el mejor pensamiento de nuestra época, sino también por el del siglo XVI. Claro está que la codicia y la brutalidad habían ido jalonando el curso de la expansión; pero en los primeros tiempos había habido un gran sentimiento de admiración, cierto fondo de humildad bajo la barbarie y, a veces, un angustioso examen de conciencia. Es difícil no llegar a la conclusión de que la actitud general de los europeos hacia los no europeos se enmudeció e insensibilizó en el triunfo de la expansión. La familiaridad había producido el menosprecio……En el Occidente, el comercio de esclavos fue desbaratado por un fuerte y sorprendente crecimiento súbito de los sentimientos humanitarios. El siglo XIX presenció el desarrollo de un dilatado entusiasmo misionero(entusiasmo que tomaría un sentido sumamente práctico, en direcciones sanitarias y educativas). Las bases de esta renovación fueron puestas realmente en los años aparentemente desfavorables del siglo XVIII. La Sociedad Inglesa para la Propaganda del Evangelio fue fundada en 1701, principalmente para trabajar entre los esclavos negros. El influjo de asociaciones de tal género en esta época de racionalismo fue al principio muy pequeño, pero a finales de siglo las comunidades Moravas, el Metodismo inglés y otros movimientos renovadores contribuyeron a conmover a la opinión en muchas partes del mundo. En tiempos más recientes, sociedades misioneras de todas clases han jugado un papel principal, no sólo en la evangelización y educación en ultramar, sino infundiendo a pueblos europeos el sentido de responsabilidad hacia las razas más débiles.
Ninguna nación emprende el trabajo y sostiene el gasto de la expansión colonial sin esperanza de beneficio; pero en toda la historia de la expansión europea siempre ha habido pugna entre un imperialismo interesado sólo en los beneficios y un imperialismo que acepta también deberes. El sentimiento del deber, de la responsabilidad, fue relativamente débil en el siglo XVIII, más débil que había sido en el XVI, y más débil que en la actualidad; pero nunca faltó por completo. Fue el producto de una continua tradición misionera que se remonta hasta el siglo XIII.
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