He aquí cómo cuenta un cronista cristiano la primera batalla de la Reconquista: Pelayo estaba con sus compañeros en el monte Aseuva y el ejército de la morisma llegó a atacarle. Iba con su jefe Algama, el obispo Oppas “hijo de Vitiza por cuya traición habían perecido los godos”. Éste, a quien hoy llamaríamos colaboracionista, exhorta a Pelayo a que se rinda: “Escúchame porque la resistencia es inútil ante el poderoso ejército adversario. Escucha mi consejo; vuelve de tu acuerdo, gozarás de muchos bienes y disfrutarás de la amistad de los caldeos”. Pelayo contesta como quien sabe la historia que va a ocurrir después. De la misma forma que David está dispuesto a luchar contra los paganos, confiando en la misericordia de Jesucristo. Empieza el combate y dice el cronista maravillado: Al punto se mostraron las magnificencias del Señor; las piedras que salían de las hondas y llegaban a la casa de la Virgen Santa María, que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que las disparaban y mataban a los caldeos. ¡Ciento veinticinco mil! Por si esto fuera poco, al escapar los aterrados moros, cuando atravesaban por la cima del monte que está a orillas del río llamado Deva… se cumplió el juicio del Señor; el monte, desgajándose de sus cimientos, arrojó al río a los setenta y tres mil caldeos y los aplastó a todos. Lo dice la crónica de Alfonso III.
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