Guy Nafilyah, presidente de una importante compañía constructora de Francia, observó que “los franceses están incómodos, tienen miedo de sus vecinos, salvo de aquellos que se les parecen”. Jacques Patigny, presidente de la Asociación Nacional de Inquilinos, coincide, y predice para el futuro “cercas periféricas que filtrarán el acceso” a las áreas residenciales por medio de tarjetas magnéticas. El futuro pertenece a “archipiélagos de islas situadas a lo largo de los ejes de comunicación”. Las áreas residenciales aisladas y cercadas, verdaderamente extraterritoriales, con intrincados sistemas intercomunicadores, ubicuas cámaras de vigilancia y guardias armados durante las veinticuatro horas proliferan en los alrededores de Madrid, como empezaron a hacerlo hace un tiempo en los Estados Unidos, y cada vez más en todas las zonas adineradas de este mundo rápidamente globalizado. Esos enclaves densamente vigilados se asemejan notablemente a los guetos étnicos de los pobres. Sin embargo, se diferencian de ellos en un aspecto esencial, han sido elegidos libremente como un privilegio. Y los guardias de seguridad que custodian las puertas han sido legalmente contratados.
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