Durante la Guerra Fría las fuerzas terrestres, centradas en el escenario europeo, la superioridad soviética, en los 80, era patente, ya que contaban con unos 48.000 tanques y 19.300 piezas de artillería frente a los 11.560 tanques y 5.140 piezas de artillería en el haber de la OTAN. Los analistas consideraban que los soviéticos podían avanzar hacia la Europa Occidental a través de Alemania, pero en una guerra total esto les serviría de poco ya que la superioridad tecnológica, aérea y naval estadounidense podría destruir los objetivos soviéticos con un ataque nuclear masivo. Sin embargo, la capacidad de respuesta soviética podía implicar a su vez también la destrucción de Estados Unidos. La lógica de la Guerra Fría era terrible, pues, como respuesta a cualquier tensión, siempre flotaba la tentación de atacar primero con la esperanza de liquidar la capacidad de respuesta del adversario. Los analistas utilizaron profusamente la teoría de juegos para imaginar desarrollos de conflictos y llegar a la conclusión de que no era posible un juego de suma cero, debido a que con el armamento acumulado la destrucción de los contendientes quedaba asegurada. Pese a estar preparados para una guerra total, la OTAN y el Pacto de Varsovia no se enzarzaron en un enfrentamiento pues ello conllevaba el riesgo de desaparición para todos los actores.
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