No es la duración de una vida humana en el tiempo lo que determina la plenitud de su sentido. No juzgamos el valor de una biografía por su “extensión”, por el número de páginas del libro, sino por la riqueza de su contenido. No cabe duda de que la vida heroica de un hombre muerto prematuramente encierra mayor contenido y mayor sentido que la existencia de cualquier filisteo que viva noventa años. Son muchas las sinfonías “incompletas” que figuran entre las más bellas. El hombre afronta la vida como un examen de capacidad, en el que no importa tanto que el trabajo llegue a terminarse como que sea valioso. El examinado tiene que estar dispuesto en todo momento a que suene la campana anunciando el final del tiempo puesto a su disposición; lo mismo le ocurre en la vida al hombre, en el momento menos pensado puede sonar la voz que lo retire de la escena de los vivos. El hombre debe (en el tiempo y en la finitud) terminar, finalizar “algo”, es decir, asumir la finitud y cargar a sabiendas con el final, escribe Viktor Frankl.
Para Viktor Frankl, el sentido del matrimonio, como el de la vida, no residía tampoco exclusivamente en la procreación. La satisfacción vital de los instintos y la propagación biológica de la especie no son, en realidad, más que dos aspectos de la unión matrimonial, y no por cierto los más esenciales. Más esenciales son el aspecto psíquico de la dicha del amor o el espiritual de la comunidad de trabajo.
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