miércoles, 7 de julio de 2021

Comenzáis por despedazar la cruz y termináis por destruir el mundo

Chesterton

Carta de Albino Luciani a Chesterton


Querido Chesterton: En la pantalla de la televisión italiana apareció hace pocos meses el padre Brown, original sacerdote-detective, criatura típicamente tuya. Lástima que no hayan aparecido el profesor Lucifer y el monje Miguel. Los habría visto con sumo agrado, tal como tú los describiste en La esfera y la cruz, viajando en avión, sentado uno junto al otro, Cuaresma junto a Carnaval. Cuando el avión vuela sobre la catedral de Londres, el profesor suelta una blasfemia contra la cruz. Estoy pensando si esta blasfemia te ayuda en algo, le dice el monje. Escucha esta historia: Conocí a un hombre como tú; él también odiaba al crucifijo; lo eliminó de su casa, del cuello de su mujer, hasta de los cuadros; decía que era feo, símbolo de barbarie, contrario al gozo y a la vida. Pero su furia llegó a más todavía; un día trepó al campanario de una iglesia, arrancó la cruz y la arrojó desde lo alto. Este odio acabó transformándose primero en delirio y después en locura furiosa. Una tarde de verano se detuvo, fumando su pipa, ante una larguísima empalizada; no brillaba ninguna luz, no se movía ni una hoja, pero creyó ver la larga empalizada transformada en un ejército de cruces, unidas entre sí colina arriba y valle abajo. Entonces, blandiendo el bastón, arremetió contra la empalizada, como contra un batallón enemigo. A lo largo de todo el camino fue destrozando y arrancando los palos que encontraba a su paso. Odiaba la cruz, y cada palo era para él una cruz. Al llegar a casa seguía viendo cruces por todas partes, pateó los muebles, les prendió fuego, y a la mañana siguiente lo encontraron cadáver en el río. Entonces el profesor Lucifer, mordiéndose los labios, mira al anciano monje y le dice: Esta historia te la has inventado tú. Sí, responde Miguel, acabo de inventarla; pero expresa muy bien lo que estáis haciendo tú y tus amigos incrédulos. Comenzáis por despedazar la cruz y termináis por destruir el mundo. La conclusión del monje, que por supuesto es la tuya, querido Chesterton, es justa. Suprimid a Dios, y ¿qué es lo que queda? ¿En qué se convierten los hombres? Existe el mundo del progreso, oigo decir, el mundo del bienestar. Sí; pero este famoso progreso no es exactamente lo que se esperaba; trae consigo también los misiles, las armas bacteriológicas y atómicas, el proceso actual de contaminación, cosas todas que amenazan con arrastrar a toda la humanidad a una catástrofe.

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