Nada más cierto que cortejar los favores de los poderes públicos conduce, tarde o temprano, a prostituirse por un puñado de logros utilitarios. Las instituciones de enseñanza en Estados Unidos ofrecen una magnífica ilustración de esta verdad. Prácticamente sin excepción, la educación liberal (la educación centrada en ideas e ideales) ha prosperado en aquellas instituciones cuyos recursos provienen de fuentes privadas. A pesar de las limitaciones que a veces pretenden imponer sus contribuyentes, han sido capaces de insistir en la idea de que la enseñanza no se reduce a la adquisición de un medio de subsistencia. Esto significa que han sido relativamente libres de fomentar el conocimiento puro y la formación de la inteligencia, además de ofrecer un último refugio, por ejemplo, a materias “antisociales”, como el Latín y el Griego. En cambio, en los planteles estatales, siempre a la merced de cuerpos electos y del público en general y, por tanto, obligados a justificar los recursos económicos recibidos con resultados prácticos, la tendencia a la especialización y la carrera profesional ha sido imparable. Jamás han podido decir que harán lo que se les antoje con sus recursos por la sencilla razón de que sus recursos no son propios, es decir, privados. No sería por ello injusto decir que lo contrario de lo privado es la prostitución, escribe Richard Weaver.
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