Quienes se rebelan contra la memoria son los mismos que aspiran a una vida ayuna de conocimiento, y de hecho es posible deducir de su conducta que sus actos están guiados más que en otros casos por el instinto y las sensaciones. Enfrentarse a rostro descubierto al pasado es algo desagradable para las mentes tiernas, porque el pasado enseña las más duras lecciones de limitación y retribución. Pero resulta que las enseñanzas más penosas y que por ello mismo buscamos olvidar son precisamente las que deberían ser nuestras referencias. Santayana recuerda que quienes se muestran incapaces de recordar el pasado se condenan a repetirlo, y Platón declaraba que todo filósofo debe gozar de buena memoria. Las ideas acerca del presentismo, es revelador que las personas que conservan vínculos con la tierra parezcan tener memorias más complejas que las masas urbanas. En su mundo, las tradiciones se transmiten de generación en generación, y lo que sus abuelos hicieron sigue siendo real para ellos. Por ello puede decirse que son capaces de recibir lecciones. En cambio, escribe Richard Weaver,el provinciano temporal comprende que para interpretar el pasado tendría que meditar y generalizar, lo que lo proyectaría fuera del momento presente, razón por la cual se aferra a su fragmento de tiempo. De modo más fundamental, a pesar de la imposibilidad de obviar o evitar lo atemporal, que siempre nos acompaña como las medidoras sombras, añade Weaver, el provinciano temporal lucha contra lo atemporal. Pero la posibilidad misma de que existan verdades atemporales es un reproche vivo a la vida relajada e indiferente que fomenta el egoísmo. Es más que probable, así, que concentrarse en el momento presente sea sólo una manifestación más de la obsesividad.
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