miércoles, 21 de julio de 2021

Francisco de Vitoria sentó las bases de la teoría del Derecho Internacional moderno

 Francisco de Vitoria

Nada en la Historia hace suponer que Atila y los hunos tuviesen remordimientos morales por sus conquistas, y tampoco los sacrificios humanos colectivos, tan importantes para la civilización azteca, parecen haber suscitado ni una autocrítica ni una reflexión filosófica entre los aztecas comparable a las que la actuación de los europeos provocó entre los teólogos españoles en el siglo XVI. Esta reflexión filosófica por parte de los teólogos españoles desembocó finalmente en un logro sustancial; el nacimiento del Derecho Internacional moderno. La controversia en torno a los pueblos indígenas americanos ofreció así la oportunidad para establecer los principios generales que los Estados estaban moralmente obligados a observar en su mutua relación.

Biblioteca de la Universidad de Salamanca

El padre Francisco de Vitoria, quien con sus propias críticas a la política española sentó las bases de la teoría del Derecho Internacional moderno,con el apoyo de otros juristas teólogos, Vitoria “defendió la doctrina de que todos los hombres son libres, y, sobre la base de esta libertad natural, proclamaron su derecho a la vida, a la cultura y a la propiedad”. Vitoria respaldó sus asertos tanto en la razón como en las Escrituras y así “proporcionó al mundo la primera obra maestra del derecho de las naciones tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra”.El padre Domingo de Soto, colega de Vitoria en la Universidad de Salamanca, expuso la cuestión en términos muy claros: “Quienes están en gracia de Dios no son ni un ápice mejores que el pecador o el pagano, en lo que concierne a sus derechos naturales”. En palabras del propio Vitoria “los aborígenes tienen sin duda auténtico dominio en asuntos tanto públicos como privados, exactamente igual que los cristianos, y ni sus príncipes ni personas privadas pueden despojarlos de sus propiedades con el argumento de que no son legítimos propietarios”. En la línea de escolásticos como Domingo de Soto y Luis de Molina, Vitoria sostenía asimismo que el gobierno de los príncipes paganos era igual de legítimo. Si un rey pagano no ha cometido ningún otro delito, decía Vitoria, no puede ser depuesto simplemente por ser pagano. Según el pensamiento de Vitoria,”los remotos reinos de América eran Estados y sus súbditos tenían los mismos derechos y privilegios y se hallaban sujetos a las mismas obligaciones que los reinos cristianos de España, Francia y Europa en general”.

Domingo de Soto

Vitoria creía que los pueblos del Nuevo Mundo debían permitir a los misioneros católicos predicar el Evangelio en sus territorios, si bien insistía rotundamente en que el rechazo del Evangelio no era razón de guerra justa. Como buen tomista, Vitoria recordaba el argumento de Santo Tomás de Aquino, según el cual la conversión de los paganos a la fe no debía realizarse con coerción, pues (en palabras de Santo Tomás), “creer es un acto de voluntad”, lo cual implica un acto libre. En parecido orden de cosas, el Cuarto Concilio de Toledo ya había condenado la práctica de obligar a los judíos a recibir el bautismo.

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