La piedad no goza de una fama inmejorable, se suele presentar como un sentimiento de sumisión, como algo cercano a la hipocresía, hasta el punto de que medio ha desaparecido del lenguaje común. Preferimos caso siempre de hablar de empatía, porque muchos de los términos morales se han visto reducidos a pura emotividad, pero el lenguaje propio de la piedad, en especial en política, es el que habla de sentimiento ante el dolor, el error y la injusticia, ante la fragilidad y la debilidad de la vida de tantas personas, muy en especial cuando su desgracia dependa con claridad de errores y carencias que no les son imputables y sean consecuencia de decisiones de orden político. Y, si no hay piedad en el alma del político, lo único que puede moverle a ocuparse de asuntos generales es el medro personal, el peor egoísmo.
La piedad es la virtud que llega a sentir con el prójimo, a dolerse con él y también a alegrarse de su bien. Se trata de una emoción que se ha de colocar en la base de cualquier vocación política, eso deseo de ayudar de hacer algo que debiera ser hecho en beneficio de la comunidad.No existiría la política si no hubiese males y remedios, si no fuese posible imaginar y discutir con otros, pero eso debe hacerse bajo la inspiración de conseguir un bien general, y el impulso sentimental que siempre necesitan las acciones humanas viene dado por el amor y la piedad que se profesa hacia la comunidad de pertenencia. Todas las cualidades y virtudes de la acción política se inspiran en esa pareja de ideas y de ella dependen. Cuando no hay libertad hay sumisión y necesidad, no hay política, solo resignación. Cuando no hay piedad solo hay codicia, mentira y corrupción.
Referencia: La virtud de la política de José Luis Gonzalez Quirós.
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