El deterioro interior de la Unión Soviética había alcanzado, al final de los años de Brézhnev, tal magnitud que no solo la fuerza del país, sino su salud física y moral, su avituallamiento, su hábitat, sus hospitales, en suma: la capacidad de las autoridades públicas para satisfacer las necesidades sociales más elementales se encontraba en entredicho. Ello era así hasta el punto de que uno de los observadores que previeron, siguiendo a Amalrik, la crisis general del régimen, fue un joven demógrafo, Emmanuel Todd, que durante los años setenta había descubierto el aumento de la tasa de mortalidad infantil soviética. Los individuos acaso podían vivir un poco mejor que en el pasado, pero el régimen se quedaba sin aliento; el partido estaba gangrenado por la corrupción; por doquier se veían el cinismo, la embriaguez y la pereza. La vulnerabilidad particular de un sistema de partido único omnipotente que impera sobre la sociedad causó este desplome general, producido por el del partido. Sin embargo, ese bolchevismo crepuscular habría podido sobrevivir aún, sin duda, y tal vez llegar al fin del siglo. Si ya no había una verdadera creencia, sí, en cambio, había una numerosa policía, velando porque todos hablaran la lengua muerta de la ideología. Sájarov estaba bajo estricta vigilancia en Gorki. Los hospitales psiquiátricos cuidaban de los disidentes. El colapso se inició como una clásica crisis de sucesión, a causa del ejercicio obligado de cada nuevo amo del partido, tomar las riendas del aparato. Andrópov o Chernenko no permanecieron en funciones el tiempo suficiente para ser el blanco de su sucesor, todavía eran los hombres de Brézhnev los que había que someter o eliminar para convertirse en el amo. Así, Gorbachov hizo como Jruschov después de Stalin, y como Brézhnev después de Jruschov, acumuló en sus manos el máximo de poder. Pero lo hizo de manera inédita. Antes que él, el partido constituía el único medio del poder. En ocasiones, el secretario general podía volverse contra el partido y destruir su osamenta para rehacerlo, como lo hizo Stalin durante los años treinta; pero nadie era el amo de la Unión Soviética si no contaba con autoridad absoluta sobre el aparato comunista. Cuando Jruschov perdió esta autoridad en 1964, no tardó en caer. Ahora bien, Gorbachov, para imponerse, tomó otro camino. No le bastó remodelar las altas esferas del partido para ponerlas al servicio de su reinado. Se apoyó, además, sobre elementos externos al partido. La liberación de Sájarov, en 1986, indica que modificó las reglas del régimen.
La modesta apertura hacia la sociedad y la relativa suspensión del terror policiaco no manifiestan una pugna por el comunismo sino una vaga aspiración a la democracia, sobre la cual Gorbachov se apoyó poco a poco, a la vez por elección propia y por la fuerza de las circunstancias. Jruschov nunca puso en entredicho el monopolio político del partido, pero su lejano sucesor, en cambio, infringe esta regla fundamental; amenazado, como él, de encontrarse en minoría en el Comité Central, reanimó el Parlamento y debió apoyarse sobre algunos sectores de la opinión pública, como la intelligentsia. Mas, con ello, al debilitar a sus adversarios también se debilitó a sí mismo, destruyendo la fuente de su legitimidad y ofreciendo un nuevo terreno de batalla a unos rivales imprevistos. Asimismo, al suprimir el miedo de hablar, suprimió el principio de la obediencia. Incluso el desorden creciente de la economía encuentra ahí una de sus causas, en la medida en que es inseparable de la anarquía del Estado: Al suprimir el terror, me dijo por entonces un miembro del Parlamento soviético, Gorbachov también ha suprimido la confianza. Palabras terribles pero profundas, que muestran bien el carácter frágil y ambiguo del primero y último presidente de la Unión Soviética, demasiado comunista para lo que ha concedido de libertad. Gorbachov pretende renovar el régimen comunista, y para ello no cuenta con otras ideas que las que toma de la tradición occidental; sus únicos medios son los que mendiga ante las grandes democracias capitalistas. Todo lo que hace contradice lo que afirma proponerse. Cuando la referencia a Occidente se ha convertido, poco a poco, en un pensamiento que comparte con Sájarov, uniendo la nomenklatura y la oposición intelectual, de la idea comunista ya solo queda lo que esta ha destruido. Una sociedad ha sido quebrantada hasta sus cimientos y en esa debacle incluyó sus recursos de reconstrucción a la manera occidental, precisamente cuando ya no tenía otros a su disposición.
Los pueblos de las naciones del centro-oriente de Europa,rompieron las cadenas que las ataban a Moscú para recuperar lo más pronto posible las fuentes de su historia. El comunismo nunca concibió otro tribunal sino la historia; helo aquí, pues, condenado por la historia a desaparecer en cuerpo y alma.
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