La pornografía produce una incitación a la violencia y a los abusos sexuales en el mundo real (“el porno es la teoría, la violación es la práctica”).Las mujeres, por lo general, no salen bien paradas en la pornografía comercial, las feministas abolicionistas dicen que su preocupación fundamental no es la moralidad sexual tal como la entienden los conservadores, sino los abusos a las mujeres, los niños y los hombres tanto dentro de la industria pornográfica como en la sociedad general que consume sus productos.
Los clubes de strip-tease, reconvertidos en Clubes para caballeros, han abandonado sus viejos y sórdidos locales para establecerse en las principales calles, mientras que el pole dancing (baile en barra) se vende a las mujeres como una forma sexi de mantenerse en forma.
El auge de la cultura del porno se vincula al auge de la cultura de la violación; una vez más, no es sólo una cultura en la que existe la violación, sino una cultura que la normaliza y la permite. Pudiera parecer raro hablar de una cultura que permite la violación cuando la ley la define como un delito violento, sólo superado por el asesinato. Pero la mayoría de los juicios por violación no terminan en condena, y muchos incidentes no son juzgados, o siquiera denunciados, porque los mitos y los estereotipos culturales impiden que muchas personas consideren “real” una violación a menos que ocurra a punta de cuchillo en un callejón oscuro. Los mismos mitos también llevan a la gente a buscar razones para culpar a la víctima y no al agresor. Aunque los factores que contribuyen a esta situación son numerosos, algunas activistas feministas creen que la cultura del porno es uno de ellos. No hace falta creer que el porno es lo que causa directamente las violaciones para entenderlo como un repositorio de los mitos que permiten que tantos hombres violen con impunidad.
Referencia:Feminismo de Deborah Cameron
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