Entre los mentirosos más destacados tenemos a los políticos que padecen el síndrome de Hubris, que se ha descrito en diversos campos, desde la política a las finanzas, como un trastorno de la personalidad, generalmente adquirido, y con frecuencia manifiesto en personas que anhelan o ejercen el poder, en el que su arrogancia les hace creer que están dotados de excepcional carisma, audacia y determinación sin par, pero su accionar realmente es una manifestación de insolencia narcisista, orgullo exagerado, enfermiza autoconfianza y propensión al desprecio y maltrato a quienes no lo alaben u osen criticarlo.
Tienen propensión egocentrista desproporcionada a ver su mundo principalmente como un escenario en cual ejercer el poder y buscar la gloria... y predisposición a emprender acciones cuestionables si es necesario. Su mente es un constante proceso de entelequia, “cosa o situación perfecta e ideal que solo existe en su imaginación". La seguridad de la población está lejos de ser su principio rector y quienes no participan en su juego son excluidos con rapidez. Una cita de Santiago Rusiñol les va al dedillo: “De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace más estragos”.
Mientras más indiferentes e indolentes seamos ante estas mentiras somos cómplices en el juego. No habrá reclamo legítimo en contra, usted aprobó por acción u omisión. Lo que nos aplican se conoce como “burda mentira”, frase que se utiliza para poder expresar que una mentira no solo lo es sino que, además, cae en la posibilidad de ser calificada como carente de lógica y torpe. Seguro nos responderían que no es necesario siempre decir la verdad.
En su libro En el poder y en la enfermedad: Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años, David Owen considera que el síndrome de Hubris suele mezclarse, en muchas ocasiones, con el narcisismo y con el trastorno bipolar.Para que la persona pueda “curarse”, sostiene este autor, simplemente basta con que pierda su poder.
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