Dice el filósofo Leonardo Polo que el ser humano es “además”, no se agota en una consideración, tiene una equivalencia trascendental, está más allá de la autorrealización. El ser humano es un ser inagotable.El profundo drama de nuestro tiempo radica en la pérdida del sentido trascendente de la persona, que es el bien fundamental y condición para todos los demás bienes. Uno de sus perversos frutos es el aborto. No existe mayor muestra de insolidaridad ante quienes somos y estamos llamados a ser. Lo expresa Miguel Delibes: “El abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna progresía. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple, apoyar al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizás porque el embrión carecía de voz y voto; políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables, la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme puede atentarse impunemente…. Los demás fetos callan, no pueden hacer manifestaciones callejeras, no pueden protestar, son aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo. Nadie puede recurrir”.
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