La soledad que no es ni buscada ni querida, ni ensancha el espíritu, ni arroja frutos agradables al apetito de un público deseoso de acoger testimonios veraces acerca de las laberínticas complejidades del ser. Es la soledad que horada las entrañas de quienes la incuban, como una carcoma insomne, y se hace presente a poco que uno alce la vista por encima de la línea de sus intereses inmediatos y aplique su mirada a la tarea de traspasar la membrana de lo evidente. Es la soledad que nace de una época que se ha empleado a fondo en la destrucción de todos los vínculos, que se ha mofado de las lealtades primigenias y ha situado la idea de autorrealización individual en la cima de las aspiraciones personales, escribe Carlos Marín-Blázquez.
En los años setenta, en la Suecia del socialdemócrata Palme, el Gobierno puso en marcha un vasto proyecto de ingeniería social destinado a que los hijos se emancipasen lo antes posible de sus padres y pudieran emprender una vida sin ataduras ni servidumbres generacionales. Se cumplía de ese modo la gran aspiración de todo gobierno con ínfulas totalitarias, convertirse en el garante de la felicidad del individuo. Transcurridos unos años, fue necesario crear un organismo gubernamental consagrado a la tarea de localizar a los cientos de personas que cada año mueren en sus casas, en el más absoluto abandono, sin que nadie las eche de menos.A medida que el proyecto moderno avanza, da miedo pensar que bajo los eslóganes y consignas con que se falsifica la realidad lo que nos estén ocultando sea un páramo inhabitable. Veremos surgir soluciones imaginativas que nos convencerán de lo afortunados que somos por existir en un mundo urdido con tales mimbres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario