Ha sido destino de los franceses, en el siglo XX, vivir mal la victoria y la derrota. Victoriosa en 1918, Francia no tuvo ni la fuerza moral ni la visión histórica, ni el talento diplomático, ni el crecimiento demográfico, ni la fuerza militar que le hubiesen permitido administrar duraderamente una situación de predominio en la Europa continental. Derrotada en 1940, no evitó ni la autoflagelación ni el desquite de la derecha contra la izquierda ante la mirada del enemigo, ni la iniciativa poco gloriosa, pero precoz y deliberada, de las medidas contra los judíos. En 1945 se encontró en una situación inédita; ni victoriosa ni derrotada o, mejor dicho, a la vez victoriosa y derrotada. Gracias a De Gaulle, a los ejércitos que este pudo reunir y a la resistencia interior, pudo obtener (penosamente, in extremis) un taburete ante la mesa de los vencedores, el día de la capitulación. Pero no estuvo presente en Yalta ni en Potsdam. Nadie olvida en realidad que capituló en junio de 1940, y que contribuyó solo marginalmente a la victoria final. Los franceses lo saben mejor que nadie. ¿Qué otro pueblo está más habituado a la fragilidad de la grandeza nacional y, por cierto, qué otro pueblo es más sensible a ella? Un déficit de gloria militar pesa desde 1815 sobre la historia de Francia. Sedán agravó esta frustración, pero Joffre y Foch vengaron Sedán. La derrota de la primavera de 1940 revive el sentimiento de humillación nacional llevándolo a un punto extremo El régimen de Vichy consagra este resentimiento, so pretexto de aliviarlo; la existencia de un gobierno francés bajo un protectorado alemán más o menos disimulado, y en gran parte sostenido por la opinión pública, limita el alcance del llamado del 18 de junio, y esto vale tanto para lo inmediato como para la historia. De Gaulle quiso conjurar la derrota provisional por medio de la participación de los franceses en la victoria final. Pero esa derrota, a la que Vichy le dio carácter oficial, son los estadunidenses y los ingleses, por no hablar de los rusos, del otro lado de Europa, quienes finalmente la han borrado, no los ejércitos franceses. La opinión pública nacional es gaullista en 1944, después de haber estado por Vichy en 1940, y esto es signo de que ha seguido la guerra, más que haberla ganado. El desplome de 1940 no fue borrado de su memoria por la victoria de 1944-1945, como Sedán había sido vengado por el Marne. De Gaulle permite no pensar más en ello, no olvidarlo, menos aún borrarlo, debido precisamente a que la necesidad de olvidar impide el olvido. Los franceses festejaron su liberación en agosto de 1944, pero la victoria del 8 de mayo de 1945 no hizo lanzarse a nadie a las calles. Francia sale de la guerra como una nación aún herida, guiada por su curandero.
Petain pasa revista a guardia de honor en el Pabellón Savinge de Vichy |
Referencia:El pasado de una ilusión de François Furet
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