Hablando de los intelectuales, decía José María Pemán que se han enamorado tanto de la vasija de barro, que lo mismo da ya que se llene de agua o de vino. No; la primera humildad tiene que consistir en retornar a aquellas secas jerarquías, que creen que la inteligencia del Angel es perfecta en la misma medida que está determinada, obligada, hacia la verdad, y lo mismo la voluntad hacia el bien. Son perfectas precisamente por su falta de libertad, por no poder errar o pesar. El hombre no es perfecto, porque es naturaleza caída; pero le queda, como residuo de su excelencia, una tendencia, un rastro angélico, que le inclina su inteligencia a la verdad y su voluntad al bien. En la primera hay unas evidencias, unos primeros principios claros, universales; en la segunda, una cierta rectitud natural. Esto podrá parecer muy teórico o escolástico, pero la realidad es que esto, con el nombre de sentido común, conciencia, honradez, etc, lo sentimos todos sin demasiada complicación, antes de volvernos intelectuales; es decir, dubitativos y cavilosos por deformación profesional.
Humildad es la gran palabra….La humildad de aceptar algunas modestas certezas y pensar que si yo veo ese tintero delante debe ser porque ahí está…..y la humildad, sobre todo, reno subir al púlpito para ensanchar inquietudes y desorden, sino para expender orden y certeza. No abrir nuestra tienda si tenemos los almacenes vacíos. La verdad es la materia prima de nuestra faena. No se la puede sustituir por el solo y libre pensamiento, como el carpintero no puede sustituir la madera por la sierra y el martillo, que son poco útiles en el vacío. Cuando falta la “materia prima”, lo decente es cerrar el negocio….Si estamos en estado de duda y agonía, habría que cerrar nuestro tenderete y pones el letrero “ cerrado por falta de verdades”.
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