La filosofía japonesa del Wabi Sabi tiene como ideas básicas que nada es perfecto, nada es permanente y nada está completo. Venera la imperfección y la autenticidad celebrando las grietas y hendiduras que el tiempo deja sobre los objetos celebrando las manchas, el óxido, la sencillez y la asimetría. Parece que tiene su origen en el siglo XIII y que surgió como oposición a la opulencia china. Contrasta también de forma evidente con nuestra visión heredada de la armonía clásica.
Una técnica oriental del siglo XV que se llama “Kintsukuroi” consistente en reparar cualquier objeto cerámico o de madera con laca de oro, plata o platino. De esta manera, se resaltan y embellecen las imperfecciones en lugar de ocultarse o rechazarse. El psicólogo Tomás Navarro tomó esta filosofía y la adaptó como arte de curar las heridas emocionales. Encontrar la sabiduría en el cuidado de las cosas que nos rodean existe en muchas otras culturas.
En Dinamarca, el “Hygge” hace referencia a sentirse cómodo en el calor del hogar. Es un término del siglo XIX que dicen no puede traducirse sino sentirse en la intimidad del alma y se expresa en el bienestar, en sentirse acogido, estar a gusto, consentirse, relajarse y olvidarse de las preocupaciones de la vida.
La anciana escritora sueca Margareta Magnusson aporta el término “Döstädning”, consistente en dejar todas nuestras cosas ordenadas y organizadas como acto de generosidad para las personas que tengan que ocuparse de las mismas cuando nos marchemos. Este acto nos permite reflexionar, aprender a desprendernos, trascender nuestra percepción y es, al mismo tiempo, una forma de meditación.
Son maneras muy sencillas de hacernos conscientes de la naturaleza de la vida. Su belleza se percibe en la consciencia y no puede disfrutarse desde la mente, que refleja constantemente sus propias limitaciones e imperfecciones.
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