“Gracias a la higiene, al hábito de los deportes, a ciertas restricciones alimenticias, a los salones de belleza, a la actividad superficial engendrada por el teléfono y el automóvil, todos conservan un aspecto más alerta y más vivo. A los cincuenta años, las mujeres continúan siendo jóvenes. Pero el progreso moderno nos ha dado al mismo tiempo que oro, mucha moneda falsa. Cuando los rostros renovados y tersos por el arte del cirujano se desploman; cuando los masajes no son suficientes para reprimir la invasión de las grasas, las que guardaron tanto tiempo la apariencia de la juventud se vuelven peores que lo que fueron, a la misma edad, sus abuelas. Los pseudojóvenes que juegan tenis y bailan como si tuvieran veinte años; los que se desembarazan de su mujer ya vieja para casarse con una muchacha, están expuestos al reblandecimiento cerebral, a las enfermedades del corazón y de los riñones. A veces también mueren de manera brusca en su cama, en su oficina, en la cancha de golf, a una edad en que sus antepasados conducían aún la carreta, o dirigían con mano firme sus negocios. Ignoramos la causa de estas fallas de la vida moderna. Sin duda, los médicos y los higienistas sólo tienen una pequeña parte de esta responsabilidad. Probablemente son los excesos de todo género, la inseguridad económica, la multiplicidad de las ocupaciones, la ausencia de disciplina moral, las preocupaciones, quienes determinan el deterioro anticipado de los individuos.”
“¿Para qué aumentar la duración de la vida de las gentes cuando son desgraciadas, egoístas, estúpidas e inútiles? Es la calidad de los seres humanos la que importa y no su cantidad. No hay que procurar que aumente el número de centenarios, antes de haber descubierto el medio de prevenir la degeneración intelectual y moral y las enfermedades lentas de la decrepitud.”
“La humanidad no se cansará, jamás de perseguir la inmortalidad. No la alcanzará porque está ligada a las leyes de su constitución orgánica, pero logrará quizás retardar durante algún tiempo la marcha inexorable de la duración fisiológica. No logrará, vencer a la muerte porque la muerte viene a constituir un rescate que debemos pagar por nuestro cerebro y nuestra personalidad. A medida que progresen los conocimientos de la higiene del cuerpo y del alma, sabremos que la vejez, sin la enfermedad, no es temible. Es a la enfermedad y no a la vejez a quien debemos la mayor parte de nuestras desdichas”, escribe Alexis Carrel, galardonado con el Premio Nobel de Medicina.
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