Pocas veces una comunidad israelí ha sufrido un drama tan espantoso como el de la tribu etíope en su camino a Israel. Se convirtieron en una leyenda viva. Su simple existencia parece ya un cuento de hadas. Una tribu judía, apartada del mundo exterior y atrincherada en el corazón de África, que vivía en las montañas y los valles de Etiopía, la tierra de la reina de Saba. Durante cuatro mil años esa tribu se aferró con tozudez a su fe, una religión bíblica pura e inocente. Esa tribu tranquila y tímida quedó fuera de la historia. Sus líderes, los kessim, venerables ancianos vestidos con túnicas blancas, conducían a su rebaño mediante las antiguas normas del judaísmo y las costumbres básicas de la vida moderna. La suya era una tribu que a veces vivía en paz y serenidad con sus vecinos, y otras veces era perseguida por gobernantes crueles. Pero también tenía que enfrentarse a una desagradable humillación por parte de rabinos y expertos teólogos judíos del mundo exterior, que habían decidido que los judíos etíopes, llamados falasha, en realidad no eran judíos. Sin embargo, los judíos etíopes no se rindieron. Y generación tras generación, inspirados por la tradición transmitida de padre a hijo y de madre a hija, soñaban con el día en que emprenderían el camino hacia la tierra de Israel.En 1973, cuando el rabino jefe de Israel, Ovadia Yosef, publicó una Halajá inequívoca dictaminando que los judíos etíopes, que se llamaban a sí mismos Beta Israel, eran judíos con todas las de la ley. Dos años después, el gobierno de Israel decidió aplicarles la Ley de Retorno, y cuando Menachem Begin llegó al cargo de primer ministro, en 1977, llamó al director del Mossad, el general Yitzhak (Haka) Hofi.Tráigame a los judíos de Etiopía,le pidió Begin al ramsad.
Miles de personas, incluyendo ancianos, mujeres y niños, abandonaron Etiopía en secreto. Les inspiraba un sueño mesiánico, la promesa bíblica de volver a la tierra de la leche y la miel.Los judíos de los pueblos de las montañas de Etiopía no habían visto jamás a un hombre blanco y se negaban a creer que los israelíes fueran judíos que venían a salvarlos, porque no sabían que también había judíos blancos. Sólo cuando Danny Limor se puso a rezar con ellos empezaron a creer que realmente era judío; un judío muy raro, que rezaba de una manera poco habitual, pero judío a fin de cuentas. La integración de los etíopes en la sociedad israelí no ha sido fácil, a menudo debido al desfase entre una comunidad rural africana y una nación moderna occidental, pero también debido a la pura y simple discriminación, o a las deplorables afirmaciones de algunos líderes religiosos de que los etíopes no son auténticos judíos.
Referencia: Las grandes operaciones del Mossad de Michael Bar-Zohar;Nissim Mishal.
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