Robert Hugh Benson en su libro Confesiones de un converso cuenta que “ no había más que la Verdad, tan lejana como una cumbre nevada, y yo, que debía abrazarla…Estaba como saliendo de la ceguera causada por una luz artificial desprovista de calidez, de brillo y de amabilidad, para pasar a la pálida luz de una certeza”.
Benson opinaba que la desesperación es el anticristo de la humildad. También decía que “ los pensadores modernos nacen del caos religioso del siglo XVI. Poco a poco se fue fraguando la idea de que la verdadera religión no era sino el sistema de creencias que cada uno elabora personalmente para si, y, como las personas nunca se pondrían de acuerdo respecto a ellas, la Verdad se fue convirtiendo en algo cada vez más subjetivo, hasta desembocar en nuestra forma de pensamiento moderno más característica, a saber; que la Verdad no es absoluta y que lo que es cierto e imperativo para uno puede no serlo para otro”. Chesterton diría que “ el hombre que cree en si mismo con tanta seguridad como para excluir la realidad objetiva debería estar encerrado en un manicomio”.
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