Del pecado vemos sobre todo, en un primer momento, la liberación que parece prometer, emanciparse de Dios, para ser verdaderamente nosotros mismos. Pero la aparente liberación se convierte muy poco después en una carga pesada. El hombre fuerte y autónomo, que creía poder silenciar su conciencia, llega tarde o temprano a un momento en que se desarma, el alma no puede más; “no le bastan las explicaciones habituales, no le satisfacen las mentiras de los falsos profetas”, dirá Josemaría Escrivá.
La ceguera que precede y acompaña al pecado, y que crece con el pecado mismo, puede prolongarse después; nos engañamos con justificaciones, nos decimos que la cosa no tiene tanta entidad… Es una situación que también nos encontramos con frecuencia a nuestro alrededor, “en un mundo a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado”, dice el papa Francisco. Duro con el pecador, porque en su conducta se percibe claramente lo corrosivo del pecado; pero indulgente con el pecado, porque reconocerlo como tal significaría prohibirse ciertas “libertades”.
La ceguera que precede y acompaña al pecado, y que crece con el pecado mismo, puede prolongarse después; nos engañamos con justificaciones, nos decimos que la cosa no tiene tanta entidad… Es una situación que también nos encontramos con frecuencia a nuestro alrededor, “en un mundo a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado”, dice el papa Francisco. Duro con el pecador, porque en su conducta se percibe claramente lo corrosivo del pecado; pero indulgente con el pecado, porque reconocerlo como tal significaría prohibirse ciertas “libertades”.
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