El horror nos deja estupefactos, aturdidos, y tiende a hacernos perder toda otra consideración. Ése es el objetivo del terrorismo, no sólo matar, sino matar de tal manera que los vivos vean afectada su capacidad de juicio, de modo que ya no puedan responder, sino sólo reaccionar, de manera pulsional, para dar la vuelta a la tortilla. Los familiares de las víctimas, las mismas víctimas, entran en una furia ciega, sobre reaccionando con una violencia que permite a la violencia anterior reclamar una justificación a posteriori. Ya se ha dicho que, para llevar a cabo tales atrocidades (el secuestro de niños, el atentado suicida, por ejemplo), el terrorista tiene que verse acorralado por poderes imperialistas que no le dejan otra opción que la resolución de la desesperación. Se convierte en el pequeño David filisteo que se enfrenta al gigante Goliat judío. Vamos a tener que excusarle y acusarnos a nosotros mismos, una pendiente tanto más fácil porque tenemos la sensibilidad judeocristiana. Pero al excusar así su inhumanidad, les deshumanizamos, no les reconocemos ninguna libertad para hacer el bien, ningún sentido del honor, ninguna capacidad para ir más allá de la mecánica de la venganza. Por el contrario, castigarles como conviene significa reconocerles su responsabilidad de hombres.
El diluvio está ahí, ahogando nuestra razón. En esas imágenes de horror que llueven a raudales y que los propios terroristas difunden para llegar a nuestros jóvenes. El coronel Weissberg, rabino jefe del Ejército israelí dice: “¿Qué se puede decir cuando se descubre el cadáver de una mujer embarazada asesinada por un terrorista a quien le abrieron el vientre y luego le extrajeron el feto antes de cortarles la cabeza a ambos? ¿Y qué decir cuando ves los cuerpos de madres o abuelas que han sido violadas tan violentamente que les han roto los huesos del pubis?”
El filósofo israelí Michaël Bar Zvi escribió en 2009: “Cuando escuché las vociferaciones de la calle parisina contra Israel, me acordé de la frase de Erasmo: Ah, ¿para quién escribir, si entre los aullidos y los gritos de la política los oídos se han vuelto sordos a las sutilezas de los semitonos? No es el odio lo que me molesta, es prehistórico, ni es la violencia lo que me asusta, es visceral, y menos aún la mentira, es inherente a la causa. No, lo que más me perturba es la pesadez, el peso, la opacidad de la nube, o quizá deberíamos decir la niebla, bajo la que estamos sepultados. La finura de los semitonos ya no se adapta al discurso de la calle, de las pantallas, de los escenarios”. Para quienes conocen algo del espíritu del Talmud, esta finura parece profundamente judía. Pero también es el alma del continente europeo, y es esta alma la que el fundamentalismo, ya sea tecnológico o religioso, se esfuerza por erradicar. Pierre Boutang osó escribir en La Nation française el 1 de junio de 1967, poco antes de la Guerra de los Seis Días: “El hombre europeo ya no está eminentemente en Europa, o no está despierto allí. Está, paradójica y escandalosamente, en Israel; es en Israel donde la Europa profunda será derrotada o conservará, con su honor, el derecho a perdurar”. Michaël Bar Zvi, representante del Keren Kayemet LeIsrael (Fondo Nacional Judío), se sabía de memoria aquellas palabras de Erasmo: ¿qué miembro de los Hermanos Musulmanes podría citar a Erasmo con admiración? Si Israel cae, Europa no podrá otra cosa que caer también.
Referencia: Fabrice Hadjadj en Le Figaro
El diluvio está ahí, ahogando nuestra razón. En esas imágenes de horror que llueven a raudales y que los propios terroristas difunden para llegar a nuestros jóvenes. El coronel Weissberg, rabino jefe del Ejército israelí dice: “¿Qué se puede decir cuando se descubre el cadáver de una mujer embarazada asesinada por un terrorista a quien le abrieron el vientre y luego le extrajeron el feto antes de cortarles la cabeza a ambos? ¿Y qué decir cuando ves los cuerpos de madres o abuelas que han sido violadas tan violentamente que les han roto los huesos del pubis?”
El filósofo israelí Michaël Bar Zvi escribió en 2009: “Cuando escuché las vociferaciones de la calle parisina contra Israel, me acordé de la frase de Erasmo: Ah, ¿para quién escribir, si entre los aullidos y los gritos de la política los oídos se han vuelto sordos a las sutilezas de los semitonos? No es el odio lo que me molesta, es prehistórico, ni es la violencia lo que me asusta, es visceral, y menos aún la mentira, es inherente a la causa. No, lo que más me perturba es la pesadez, el peso, la opacidad de la nube, o quizá deberíamos decir la niebla, bajo la que estamos sepultados. La finura de los semitonos ya no se adapta al discurso de la calle, de las pantallas, de los escenarios”. Para quienes conocen algo del espíritu del Talmud, esta finura parece profundamente judía. Pero también es el alma del continente europeo, y es esta alma la que el fundamentalismo, ya sea tecnológico o religioso, se esfuerza por erradicar. Pierre Boutang osó escribir en La Nation française el 1 de junio de 1967, poco antes de la Guerra de los Seis Días: “El hombre europeo ya no está eminentemente en Europa, o no está despierto allí. Está, paradójica y escandalosamente, en Israel; es en Israel donde la Europa profunda será derrotada o conservará, con su honor, el derecho a perdurar”. Michaël Bar Zvi, representante del Keren Kayemet LeIsrael (Fondo Nacional Judío), se sabía de memoria aquellas palabras de Erasmo: ¿qué miembro de los Hermanos Musulmanes podría citar a Erasmo con admiración? Si Israel cae, Europa no podrá otra cosa que caer también.
Referencia: Fabrice Hadjadj en Le Figaro
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