viernes, 14 de marzo de 2025

Robar el poder es bastante más fácil de lo que pensamos

Para Frank Dikötter es evidente que todas las dictaduras han podido perdurar por la utilización del terror en interrelación con el culto a la personalidad del líder. Este proceso es subrayado como el mismo corazón de la tiranía contemporánea. Terror y carisma son el reverso y el anverso de una misma moneda.
Los dictadores crecieron gracias al uso de un discurso demagógico que buscaba redimir la experiencia de amplios grupos de población que se sentían abandonados o humillados. Megalómanos de su propia personalidad, el poder se convirtió en el camino hacia una eternidad deseada. Estos tiranos dispusieron de todos los medios para  someter a su pueblo. Las estrategias fueron variadas, aunque se afianzaron a través del abuso y la mentira. El problema principal al que se enfrentaron fue que su dominio nunca llegó a ser para siempre.  Cualquier respaldo popular obtenido fue una ilusión vana. De una forma u otra, estos dictadores fracasaron en sus intenciones últimas. Algunos murieron durante el desarrollo de su proyecto. Otros no pudieron sobrevivir, ni tan siquiera en la memoria de sus seguidores, tras su fallecimiento. El dictador del siglo XX, en realidad, buscó sembrar la mayor confusión posible para imponer su autoridad y acabar con cualquier rastro de sentido común. La obediencia total, el aislamiento de las personas y la aniquilación de la dignidad humana son el sostén de cualquier programa dictatorial. Dikötter subraya que robar el poder es bastante más fácil de lo que pensamos.


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