jueves, 13 de marzo de 2025

Maurice Baring

Maurice Baring
La intención del diplomático y escritor inglés Maurice Baring (1874-1945) era, ante todo, expresar su profunda convicción de que solo la fe en Dios puede conducir a buen puerto a una humanidad zarandeada por el viento... En cuanto a su puesto dentro de la literatura, quizá el tiempo acabe confirmando la opinión de quienes ven en él a uno de los más sutiles, profundos y originales escritores ingleses de los últimos tiempos. Al día siguiente de su fallecimiento, The Times recogía el testimonio de Lord Trenchard, mariscal de la RAF, acerca del ejemplar historial de Baring durante la Primera Guerra Mundial como miembro del Real Cuerpo Aéreo: “En palabras de un gran francés, ningún país, ninguna nación, ningún siglo han tenido un oficial del Estado Mayor comparable al Mayor Maurice Baring. Ha sido el hombre más generoso que he conocido nunca o que aún me quede por conocer... No puedo rendirle un tributo mayor, me faltan palabras para describir a este hombre”. Sin embargo, la principal batalla de Baring, la que requeriría su más alto grado de coraje y fortaleza, fue la que libró en contra de la enfermedad de Parkinson durante sus últimos diez años de vida. Su valor aparece descrito en estos términos por un amigo suyo en una carta enviada a The Times el 19 de diciembre : “Ha sido su fe la que le ha infundido el coraje para sobrellevar todo el sufrimiento y las humillaciones físicas de estos últimos años. Jamás, ni siquiera cuando estaba más débil y su mente le fallaba, se le ha oído pronunciar una sola palabra de queja; y en esa entereza seguramente hay algo que paga el rescate del mundo. Con él, la vida nunca se transformaba en rutina, sino que era siempre un milagro. Sus sólidas virtudes de afecto y fortaleza le hicieron aceptar lo inevitable”. Lady Lovat también declaraba que, “con la madurez de su mucha experiencia, la excelencia de su genio, la cultura de un gran erudito y la modestia de un santo, siempre conservó, hasta la hora de su muerte, la mentalidad de un niño que pasaba por las penas y alegrías con la firme convicción de que Dios nunca le soltaría de la mano”. Es curioso cómo estos afectuosos recuerdos ponen en evidencia la gran semejanza entre el carácter de Baring y el de su gran amigo Chesterton. Con ninguno de los dos podía la vida hacerse aburrida: siempre era un milagro. Baring bien podría decir con Chesterton que "un hombre no se hace mayor libre de preocupaciones; pero yo me he hecho mayor libre de aburrimiento". Uno y otro encarnaron esa paradójica combinación de sabiduría e inocencia que tanto desconcertaba a sus contemporáneos.
Su última novela, Darby and Joan : “Hay que aceptar el dolor para extraer de él su poder sanador, y esto es lo más difícil del mundo... En cierta ocasión, un sacerdote me dijo: “Cuando entiendas lo que significa aceptar el dolor, lo comprenderás todo. Es el secreto de la vida”." Estas palabras, que para Virginia Woolf y para muchos otros reflejaban la “superficialidad” de Baring, eran a un tiempo místicas y prácticas. El mismo las llevó a la práctica, aceptando su dolor con corazón contrito y heroico. En 1941, empujada por la desesperación, Virginia Woolf puso fin a su vida; el mismo año en que Baring respondía a aquella antigua queja, motivada por ver su cuerpo como un juguete roto que nadie podía arreglar, con unos versos que no eran sino un acto de esperanza : “Mi alma es un juguete inmortal / que nadie es capaz de marchitar / un instrumento de gloria y de alegría; / mi alma es un juguete inmortal. / Aunque oxidada por la impureza del mundo, / brilla como una estrella; / mi alma es un juguete inmortal / que nadie es capaz de marchitar”

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