Anchee Min escribe en La buena lluvia sabe cuando caer :
Corría el año 1976. Me hallaba en un campo de trabajo situado cerca del mar de China Oriental. La mitad de los jóvenes del país habían sido enviados a zonas rurales para trabajar en lugares como aquel. Mao había ganado la Revolución Cultural. Valiéndose de los estudiantes, a los que llamaba los Guardias Rojos, había logrado eliminar a sus opositores políticos. Pero la juventud había comenzado a provocar disturbios en las ciudades, de modo que Mao decidió enviarla al campo. Nos dijo que para tener “una verdadera educación debíamos aprender de los campesinos”. No tardamos mucho en darnos cuenta de que estábamos en el infierno. Creíamos estar cultivando arroz para ayudar a Vietnam, pero apenas cosechábamos lo suficiente para cubrir nuestras propias necesidades. La salinidad de la tierra la hacía hostil. Durante las temporadas de siembra trabajábamos dieciocho horas al día. En los campos próximos al mar de China Oriental había cien mil jóvenes de entre diecisiete y veinticinco años. El Partido Comunista gobernaba con mano dura. A aquellos que se atrevían a desobedecer las normas, se les aplicaban severos castigos, incluida la ejecución. No había fines de semana, vacaciones, días de baja por enfermedad ni citas. Vivíamos en barracones de estilo militar sin duchas ni retretes. Trabajábamos como esclavos. Desde niños nos habían inculcado la idea de que debíamos nuestra vida al Partido Comunista.
…….Nunca en mi vida había tenido una opinión propia. Los libros de texto de la escuela me enseñaron a admirar a aquellos que morían en pro del comunismo. La gente se lanzaba desde edificios, se colgaba, ingería pesticida, se ahogaba en ríos, tomaba somníferos y se cortaba las venas solo para demostrar su lealtad a Mao.
Corría el año 1976. Me hallaba en un campo de trabajo situado cerca del mar de China Oriental. La mitad de los jóvenes del país habían sido enviados a zonas rurales para trabajar en lugares como aquel. Mao había ganado la Revolución Cultural. Valiéndose de los estudiantes, a los que llamaba los Guardias Rojos, había logrado eliminar a sus opositores políticos. Pero la juventud había comenzado a provocar disturbios en las ciudades, de modo que Mao decidió enviarla al campo. Nos dijo que para tener “una verdadera educación debíamos aprender de los campesinos”. No tardamos mucho en darnos cuenta de que estábamos en el infierno. Creíamos estar cultivando arroz para ayudar a Vietnam, pero apenas cosechábamos lo suficiente para cubrir nuestras propias necesidades. La salinidad de la tierra la hacía hostil. Durante las temporadas de siembra trabajábamos dieciocho horas al día. En los campos próximos al mar de China Oriental había cien mil jóvenes de entre diecisiete y veinticinco años. El Partido Comunista gobernaba con mano dura. A aquellos que se atrevían a desobedecer las normas, se les aplicaban severos castigos, incluida la ejecución. No había fines de semana, vacaciones, días de baja por enfermedad ni citas. Vivíamos en barracones de estilo militar sin duchas ni retretes. Trabajábamos como esclavos. Desde niños nos habían inculcado la idea de que debíamos nuestra vida al Partido Comunista.
…….Nunca en mi vida había tenido una opinión propia. Los libros de texto de la escuela me enseñaron a admirar a aquellos que morían en pro del comunismo. La gente se lanzaba desde edificios, se colgaba, ingería pesticida, se ahogaba en ríos, tomaba somníferos y se cortaba las venas solo para demostrar su lealtad a Mao.
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