El nacionalismo no solo ha llevado a Europa, de facto, al borde de la destrucción total; él también contradice lo que Europa, por su esencia, es desde un punto de vista tanto político como espiritual, aun cuando este ha dominado las últimas décadas de la historia europea. De ahí la necesidad de que haya instituciones políticas, económicas y jurídicas que tengan un carácter supranacional, que no pueden tener en ningún caso el propósito de construir una supernación, sino que, por el contrario, deberían devolver de una manera más consolidada el rostro y el peso a las regiones individuales de Europa, escribe Joseph Ratzinger.
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