La revolución proletaria fracasó en todas partes menos en el Imperio ruso, que fue reconstruido por los bolcheviques tras una brutal guerra civil. Ningún otro líder socialista se mostró tan despiadado como Lenin a la hora de adoptar el “centralismo democrático” (que era lo opuesto a la democracia), rechazando el parlamentarismo y utilizando el terrorismo contra sus opositores. Algunas de las cosas que hicieron los bolcheviques (la nacionalización de la banca, la confiscación de tierras) emanaban directamente del Manifiesto de Marx y Engels. Otras (la mayor ferocidad y salvajismo de la represión… los mares de sangre) le debían más a Robespierre. La “dictadura del proletariado”,que en realidad significaba la dictadura de los líderes bolcheviques, era una aportación original de Lenin. Esta fue aún peor que la resurrección de Bazárov, el nihilista de Padres e hijos de Iván Turguénev (1856); fue aquello contra lo que su distanciado amigo Fiódor Dostoievski había advertido a Rusia en el epílogo de Crimen y castigo (1866), la pesadilla del asesino Raskolnikov de “una epidemia espantosa y sin precedentes” procedente de Asia; las personas afectadas perdían la razón al punto. Sin embargo, jamás los hombres se habían creído tan inteligentes, tan seguros de estar en posesión de la verdad; nunca habían demostrado tal confianza en la infalibilidad de sus juicios, de sus teorías científicas, de sus principios morales. Aldeas, ciudades, naciones enteras se contaminaban y perdían el juicio… Se reunían y formaban enormes ejércitos para lanzarse unos contra otros… las tropas se dividían, se rompían las formaciones, y los hombres se estrangulaban y devoraban unos a otros. Al este casi no hubo nada que parara la epidemia bolchevique; al oeste no pudo ir más allá del Vístula, ni al sur pudo pasar del Cáucaso, gracias a un hábil trío de emprendedores políticos que diseñaron aquella síntesis de nacionalismo y socialismo que era la auténtica manifestación del Zeitgeist: Józef Piłsudski en Polonia, Kemal Atatürk en Turquía y Benito Mussolini en Italia. La derrota del Ejército Rojo en las afueras de Varsovia (agosto de 1920), la expulsión de los griegos de Anatolia (septiembre de 1922) y la Marcha fascista sobre Roma (octubre de 1922) marcaron el advenimiento de una nueva era, escribe el historiador Niall Ferguson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario