Cristobal Colón para finales de julio ya tenía armadas y abastecidas dos carabelas, la Pinta y la Niña, y una nao, la Santa María, alistados ochenta y nueve tripulantes de toda suerte y condición, incluidos algunos reos que, a cambio de libertad, eligieron participar en la magna empresa. Asimismo, una veintena de caballeros, funcionarios e hidalgos aceptaron gustosos formar parte de la aventura sirviendo a los reyes o a sus propios intereses. En total, más de un centenar de hombres integraron la primera expedición oficial europea que zarpó rumbo al Nuevo Mundo; aunque en esos días nadie podía imaginar que esto fuera así. El puerto elegido para la salida de las naves fue el de Palos (Huelva), menos importante que Cádiz o Sevilla, pero libre de una cuestión que no podemos pasar por alto; en ese tiempo miles de judíos estaban utilizando los principales puertos del sur peninsular para salir del país que les había expulsado, y el puerto onubense más alejado de las costas africanas, lugar de destino para los hebreos, se encontraba libre de estos forzosos tránsitos y más cercano, por añadidura, al primer objetivo de la navegación situado en las islas Canarias. A principios de agosto de 1492, los tres buques a las órdenes del almirante Cristóbal Colón, como ahora se titulaba a sí mismo, estaban listos para zarpar.
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