Escribe Tony Judt que “hay numerosos indicios que demuestran que incluso quienes están bien situados en las sociedades desiguales serían más felices si la brecha que los separa de la mayoría de sus conciudadanos se redujera de forma significativa. Desde luego, se sentirían más seguros. Pero no sólo es una cuestión de egoísmo, vivir cerca de personas cuya condición representa un reproche ético permanente es una fuente de incomodidad incluso para los ricos. El egoísmo resulta incómodo aun para los egoístas. De ahí el auge de las comunidades cerradas, los privilegiados no quieren que se les recuerden sus privilegios, si éstos tienen connotaciones moralmente dudosas. Desde luego, cabría sostener que después de tres décadas de inculcar el egoísmo, los jóvenes ya no son tan sensitivos. Pero no lo creo. El perenne deseo de la juventud de hacer algo útil o bueno está arraigado en un instinto que no hemos logrado eliminar”.
“Las poblaciones que experimenten una creciente inseguridad económica y física se refugiarán en los símbolos políticos, los recursos legales y las barreras físicas que sólo un Estado territorial puede garantizar. Esto ya está ocurriendo en muchos países, no hay más que ver la atracción cada vez mayor del proteccionismo en la política estadounidense y de los partidos “antiinmigrantes” en toda Europa occidental; la petición en todas partes de que se establezcan muros, barreras y pruebas. Los flujos de capital internacional siguen eludiendo las regulaciones políticas internas. Sin embargo, los salarios, jornadas laborales, pensiones y todo lo que importa a la población trabajadora sigue negociándose, y disputándose, localmente. Con las tensiones derivadas de la globalización y las crisis que la acompañan, el Estado tendrá que intervenir cada vez más para resolver conflictos. Al ser la única institución que se encuentra entre los individuos y los actores no estatales, como los bancos y las corporaciones internacionales, la única instancia reguladora que ocupa el espacio entre los órganos transnacionales y los intereses locales, es probable que el Estado territorial acreciente su importancia política. Es revelador que, en Alemania, los demócrata-cristianos hayan abandonado calladamente su breve entusiasmo por el mercado en favor de una identificación popular con el Estado social de mercado como garantía contra los excesos de las finanzas globalizadas. Quizá sea ahora el Estado la principal institución intermedia entre ciudadanos inseguros e indefensos, por un lado, e indiferentes órganos internacionales y corporaciones que no responden ante nadie, por otro. Y el Estado democrático conserva una legitimidad única a ojos de sus ciudadanos. Es el único que responde ante ellos, y ellos ante él”, escribe Judt.
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