El centro de comunión eclesial de la Iglesia Católica es el obispo de Roma, pero su permanente movilidad constituye un factor dinamizador, y para muchas Iglesias, sobre todo del Tercer Mundo, la ocasión de una real integración en la Iglesia universal. Resulta fácil sentirse miembros de una Iglesia con una tradición de dos mil años cuando se vive en Europa o América, pero el engarce con esa tradición resulta mucho más problemático cuando uno está en África o Asia oriental. Las visitas y la presencia de Juan Pablo II en esas naciones periféricas con respecto a Roma han facilitado su entronque en la Iglesia universal, haciéndolas más conscientes de sus proyectos e ideas generales.
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