El pensamiento cristiano mayoritario nunca ha retratado a Dios como un ser esencialmente arbitrario, y ha aceptado que la naturaleza actúa de acuerdo con unos patrones inteligibles y fijos. A esto se refiere San Anselmo cuando hablaba de la distinción entre el poder ordenador de Dios y Su poder absoluto. Según San Anselmo, desde el momento en que Dios eligió revelarnos una parte de Su naturaleza, del orden moral y de Su plan de redención, se obliga a Sí mismo a comportarse de determinada manera y cabe confiar en que cumplirá su promesa.
Santo Tomás de Aquino estableció un importante equilibrio entre la libertad de Dios para crear cualquier clase de universo y Su coherencia a la hora de gobernar el universo que había creado. Tal como explica el padre Jaki, la visión católica tomista consistía en la necesidad de descubrir qué clase de universo creó exactamente Dios, y evitar las especulaciones abstractas al respecto de cómo debería haber sido el universo. La absoluta libertad creadora de Dios significa que el universo no tenía por qué ceñirse a ningún modelo en particular. Es la vía de la experiencia, un elemento esencial del método científico, la que nos permite conocer la naturaleza del universo que Dios decidió crear. Y somos capaces de llegar a conocerlo porque se trata de un universo racional, predecible e inteligible.
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